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Facundo Cabral, siempre se ha rodeado de excelentes personas, algunos de ellos le han dedicado su tiempo, su arte y su amor. He aquí algunas muestras de tal afecto, presentado en forma de libro, que algunos grandes e ilustres amigos le han dedicado al gran maestro.

A continuación presentamos una serie de libros disponibles para descargar integramente, fruto del respeto y admiración que ilustres escritores tienen por Facundo Cabral.

 
   
   
PARAISO A LA DERIVA descargate el libro gratis
  Facundo Cabral  
   
     
DIARIO DE KRISHNAMURTI descargate el libro gratis
  Krishnamurti  
 

La tierra era del color del cielo; los cerros, los verdes y maduros arrozales, los árboles y el seco lecho arenoso del río tenían el color del cielo; cada roca de los cerros, los grandes cantos rodados, eran las nubes, y las nubes eran las rocas. El cielo era la tierra y la tierra el cielo; el sol poniente lo había transformado todo. El cielo en llamas ardía en cada vetas de las nubes, en cada piedra, en cada brizna de hierba, en cada grano de arena. Era un incendio verde, púrpura, violeta e índigo fulgurando con la furia de las llamas. Sobre aquel cerro había una vasta extensión de púrpura y oro; encima de los cerros meridionales un ardiente, delicado verde y pálidos azules; hacia el este una espléndida puesta de sol en oposición, rojo púrpura, ocre tostado, magenta y violeta pálido. La puesta de sol en oposición estallaba en esplendor igual que la del oeste; unas pocas nubes se habían reunido alrededor del sol poniente; eran puras, un fuego sin humo que jamás se apagaría. Este fuego, en su vastedad e intensidad, lo penetraba todo y se introducía en la tierra. Y la tierra eran los cielos y los cielos eran la tierra. Y todo vivía y estallaba de color y el color era Dios, no el dios del hombre. Los cerros se tornaron transparentes, cada roca, cada piedra había perdido su peso y flotaban en el color, y los cerros distantes eran azules, del azul de todos los mares y del cielo de todos los climas. Los florecidos arrozales, una extensión intensamente verde y rosada, llamaban de inmediato la atención. Y el camino que atravezaba el valle se veía púrpura y blanco, tan vivo que era uno de los rayos que corrían de una a otra parte del cielo. Uno mismo era parte de esa luz que ardía furiosamente, que estallaba, esa luz sin sombra, sin raíz y sin palabras. Y a medida que el sol iba descendiendo, cada color se tornaba más violento, más intenso, y uno se perdía completamente, más allá de cuanto pudiera recordar. Este era un atardecer sin memoria.

Cada pensamiento y sentimiento deben florecer para poder vivir y morir; todo debe florecer en uno, la ambición, la envidia, el odio, la alegría, la pasión; en ese florecimiento está la muerte de todo ello y hay libertad. Es sólo en libertad que algo puede florecer, no en la represión, en el control y la disciplina; esto sólo pervierte, corrompe. En la libertad y el florecimiento radican la bondad y toda virtud. No es fácil dejar que la envidia florezca; uno la condena o la fomenta, pero jamás le da libertad. Es solamente en libertad que el hecho de la envidia revela su color, su forma, su profundidad, sus peculiaridades; si se la reprime no se revelará a sí misma en plenitud y libertad. Una vez que se ha mostrado completamente, la envidia cesa sólo para revelar otro hecho, el vacío, la soledad, el miedo. Y a medida que a cada hecho se le permite que florezca libremente, en toda su integridad, toca a su fin el conflicto entre el observador y lo observado; ya no existe más el censor sino sólo la observación, sólo el ver. La libertad puede existir únicamente en la consumación, no en la represión, en la repetición, en la obediencia a un patrón de pensamiento. Hay consumación tan sólo en el florecer y el morir; el florecer no existe si no hay un terminar. Lo nuevo no puede existir si no hay libertad con respecto a lo conocido. El pensamiento, lo viejo, no puede dar origen a lo nuevo; lo viejo debe morir para que lo nuevo sea. Lo que florece tiene que llegar a su fin.
  
Toda existencia implica opción; solo en la madura soledad interna no hay opción. La opción, en todas sus formas, es conflicto y contradicción inevitable; esta contradicción, sea interna o externa, engendra confusión y desdicha. Para escapar de esta desdicha, se vuelven necesidades compulsivas los dioses, las creencias, el nacionalismo, el compromiso con diversos patrones de actividades. Habiendo escapado, todo esto llega a ser de primordial importancia, y el escape es el camino de la ilusión; entonces sobrevienen el temor y la ansiedad. La opción conduce a la desesperación y al sufrimiento, y no hay fin para el dolor. La selección, las opciones deben existir siempre en tanto haya uno que opta, que escoge - la memoria acumulada de dolor y placer - y cada experiencia de opción solo refuerza la memoria cuya respuesta se convierte en pensamiento y sentimiento. La memoria solo tiene un significado parcial: el de responder mecánicamente; esta respuesta es la opción. En la opción no hay libertad. Uno opta, elige de acuerdo con el ambiente en que se ha criado, de acuerdo con su condicionamiento social, económico y religioso. La opción inevitablemente fortalece este condicionamiento, del cual no es posible escapar; el escapar solo engendra mas sufrimiento.

Habia unas pocas nubes reuniéndose alrededor del sol; estaban muy bajas en el horizonte y ardían. Las palmeras resaltaban oscuras contra el cielo en llamas; se hallaban en medio de verdes y dorados arrozales que se extendían a lo lejos hasta perderse en el horizonte. Había una que se destacaba por sí misma sobre un campo verde amarillento de arroz; no estaba sola, aunque parecía como perdida y muy distante. Desde el mar soplaba una suave brisa y unas cuantas nubes estaban persiguiéndose las unas a las otras con más velocidad que la brisa. Las llamas se estaban apagando y la luna ahondaba las sombras. Había sombras por todas partes susurrando quedamente entre sí. La luna estaba bien alta y a través de la carretera las sombras eran profundas y engañosas. Una culebra de agua podría estar cruzando el camino, deslizándose silenciosamente a la caza de una rana; había agua en los arrozales y las ranas croaban, casi rítmicamente; en la larga extensión de agua al costado de la carretera, con sus cabezas asomando fuera de la superficie, se perseguían las unas a las otras, sumergiéndose y emergiendo para desaparecer otra vez. El agua era plata reluciente que centellaba, cálida al tacto y llena de ruidos misteriosos. Pasaban carretas de bueyes transportando leña a la ciudad; una bicicleta hacía sonar la campanilla, un camión con faros deslumbradores exigía estridentemente que se le hiciera lugar, y las sombras permanecían inmóviles.

Era un hermoso atardecer y allí en la carretera, tan cerca de la ciudad, había un silencio profundo que ningún sonido perturbaba, ni siquiera el del camión. Era un silencio que ningún pensamiento ni palabra alguna podrían alcanzar, un silencio que acompañaba a las ranas, a las bicicletas, un silencio que lo seguía a uno; uno caminaba en él, lo respiraba, lo veía. No era tímido, estaba ahí insistente y acogedor. Iba más allá de uno penetrando en vastas inmensidades, y uno podía seguirlo si el pensamiento y el sentimiento estaban completamente quietos, olvidados de sí mismos, perdidos con las ranas en el agua; ellos no tenían importancia alguna, podían perderse fácilmente y recuperarse cuando se les necesitara. Era un atardecer encantador, pleno de claridad y de una sonrisa que se iba desvaneciendo rápidamente.

La opción siempre está engendrando desdicha. Si uno la observa, la verá acechando, exigiendo, insistiendo y suplicando, y antes de saber uno dónde está, se halla aprisionado en su red de dudas, responsabilidades y desesperaciones de las que no es posible escapar. Basta observarlo para darse cuenta del hecho. Darse cuenta del hecho; uno no puede cambiar el hecho; podrá ocultarlo, escapar de él, pero no puede cambiarlo. Está ahí. Si lo dejamos solo, si no interferimos con nuestras opiniones y esperanzas, temores y desesperación, con nuestros juicios astutos y calculados, el hecho florecerá y revelará todas sus intrincaciones, sus sutiles modos de actuar -y los hay en cantidad-, su aparente importancia y ética, sus motivos ocultos, sus caprichos. Si dejamos solo al hecho, él nos mostrará todo esto y mucho más. Pero es preciso estar lúcidamente atento a ello, sin opción alguna, avanzando paso a paso. Entonces veremos que la opción, habiendo florecido muere, y que hay libertad; no que uno está libre, sino que hay libertad. Uno mismo es el que produce la opción, y uno ha cesado de producirla. No hay nada por lo que optar, nada que escoger. En este estado sin opción, florece la madura soledad interna. Su muerte es un no terminar jamás. Ello está siempre floreciendo y es siempre nuevo. Morir para lo conocido es estar internamente solo. Toda opción se halla dentro del campo de lo conocido; la acción en este campo siempre engendra dolor. La terminación del dolor está en la madura y lúcida soledad interior.

 

 
     
FRAGAMENTO DEL LIBRO AIRES DE LA COLINA descargate el libro gratis
  Juan Rulfo- Clara Aparicio  
 

 
Fragmento del libro "Aire de la colina. Cartas a Clara" de Juan Rulfo; los textos que integran este libro estuvieron guardados durante medio siglo y sólo ahora se hacen del conocimiento público.
  
La vida de Juan Rulfo bien podría formar parte de los paisajes desolados y yermos que el propio escritor plasmó en su faceta de fotógrafo; la muerte prematura de sus padres
contribuyó a incrementar su sentimiento de orfandad espiritual, que sólo menguó cuando conoció a Clara Aparicio, su novia y esposa, un amor que lo transformó y lo condujo a las letras, disciplina en la que hoy brilla con luz propia en el panteón de la literatura hispanoamericana.

Con permiso de la editorial, Notimex reproduce otro fragmento que forma parte del libro "Aire de la colina. Cartas a Clara"; los textos que integran este libro estuvieron guardados durante medio siglo y sólo ahora se hacen del conocimiento público, en un tiraje que se estima alcanzará la cifra de 25 mil ejemplares en su primera edición.

"Febrero 13 de 1948

Mujercita:
"No puedes imaginar cuánto coraje me dio con el correo, por eso de que se hubiera tardado tanto la carta que dices que recibiste muy tarde. Pero sucede que yo te la mandé por el aeroplano y con entrega inmediata, sólo que en el correo se alcanzaron la puntada de no
ponerle timbres sino usar una modalidad que no da ningún resultado, como lo estamos viendo tú y yo.

"Sabes que estoy muy apurado porque el padrecito De la Cueva no me ha contestado, y yo debía de haber tenido su respuesta hace ya un mes. Me están dando ganas de escribirle otra vez, para darle su regañada, igual a las que tú a veces me sabías dar.

"Quiero darte una mala noticia acerca de tu vestido. Las modistas ya tienen la tela y todo lo demás, sólo que me habían dicho que iban a dedicar el mes de marzo para hacerlo y que tardarían más o menos ese tiempo; pero el otro día me encontré con un sacerdote amigo
mío en una librería y estuvimos platicando de muchas cosas. En eso se me ocurrió preguntarle que, aunque yo no había visto ningún vestido de novia con algo azul, si la Iglesia lo admitía. El me contestó que el azul se usaba mucho para traje de novia entre los protestantes y que no sólo no debían ser enteramente blancos sino que deberían llevar algo azul, cualquier cosa que fuera. Eso dijo. Pero yo quiero que se lo preguntes al padre Hernández del Castillo, y si él es de otra opinión o sabe que no hay ningún inconveniente me avisas. De lo único que tengo miedo es de que nos vayan a correr de la iglesia por ese detalle tan insignificante. Y en caso de que sea así mándame decir si escojo otro modelo tan bonito como ése, o ese mismo, únicamente sin lo azul, o alguno que tengas por allí y te guste
mucho.

"Sin embargo, yo tengo buen gusto para las cosas, y tú no; no, niñita fea. Fíjate nada más en nosotros... escogí lo más precioso y maravilloso de las cosas del mundo. Fíjate y verás que así es.

"Por ese lado, pues, tengo la ventaja y no sé, pero pienso que sí te va a gustar el arreglo que yo haga de tu casa. No va a ser nada raro ni nada extraordinario, pero creo que te va a gustar. Claro que sería mucho mejor que los dos tomáramos parte en eso; pero como no se puede de todo a todo procuraré hacerlo conforme a lo que hemos platicado.

"Cariñito:
"...Le quitaste lo triste y lo amargoso a estos días que me faltan por vivir. Me acordé mucho de tu corazón tan bueno y de tu amor tan noblemente hermoso.

"No creas que me dan ganas de 'volver a empezar'. Fue tan difícil aquel comienzo y, sin embargo, me hiciste conocer el sabor de la esperanza. De una esperanza que llevaba buen principio y por la que, a pesar de todo, me gustó la forma como me trataste. Así llegué a quererte más, y mi corazón fue tuyo para siempre.

"Eres una trucha muy viva. Siempre has sido rete trucha, mayecita adorada.

"Y hablando de eso, quería decirte que ya di con la mueblería que andaba buscando. Había visto unos muebles que me gustaron y que eran como tú los querías, y después de recorrer todas las mueblerías di con ellos.

"Ahora es cuestión nada más de estar instalado ya en la casa para comprarlos.

"Como todo, nada de lo que se pueda llevar allí será comparable contigo. Nada hará que aquello tenga vida y se sienta uno en un hogar sino hasta que tú estés allí, llenándolo todo. Sí, mi sueño, sólo hasta que tú estés (compraré una silla blandita para que te sientes) estarán el bien y la alegría allí, como si estuviera la bendición de Dios. Sólo hasta entonces.

"Nunca te podré querer como ahora, amada criaturita. Tu chanchito consentido. Juan".

 

 
     
CARTA A UN ZAPATERO QUE COMPUSO MAL UNOS ZAPATOS descargate el libro gratis
  Juan José Arreola  
 

Estimable señor:

Como he pagado a usted tranquilamente el dinero que me cobró por reparar mis
zapatos, le va a extrañar sin duda la carta que me veo precisado a dirigirle.

En un principio no me di cuenta del desastre ocurrido. Recibí mis zapatos muy
contento, augurándoles una larga vida, satisfecho por la economía que acababa de
realizar: por unos cuantos pesos, un nuevo par de calzado. (Éstas fueron
precisamente sus palabras y puedo repetirlas.)

Pero mi entusiasmo se acabó muy pronto. Llegado a casa examiné detenidamente mis
zapatos. Los encontré un poco deformes, un tanto duros y resecos. No quise
conceder mayor importancia a esta metamorfosis. Soy razonable. Unos zapatos
remontados tienen algo de extraño, ofrecen una nueva fisonomía, casi siempre
deprimente.

Aquí es preciso recordar que mis zapatos no se hallaban completamente
arruinados. Usted mismo les dedicó frases elogiosas por la calidad de sus
materiales y por su perfecta hechura. Hasta puso muy alto su marca de fábrica.
Me prometió, en suma, un calzado flamante.

Pues bien: no pude esperar hasta el día siguiente y me descalcé para comprobar
sus promesas. Y aquí estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a usted una
carta, en lugar de transferirle las palabras violentas que suscitaron mis
esfuerzos infructuosos.

Mis pies no pudieron entrar en los zapatos. Como los de todas las personas, mis
pies están hechos de una materia blanda y sensible. Me encontré ante unos
zapatos de hierro. No sé cómo ni con qué artes se las arregló usted para dejar
mis zapatos inservibles. Allí están, en un rincón, guiñándome burlonamente con
sus puntas torcidas.

Cuando todos mis esfuerzos fallaron, me puse a considerar cuidadosamente el
trabajo que usted había realizado. Debo advertir a usted que carezco de toda
instrucción en materia de calzado. Lo único que sé es que hay zapatos que me han
hecho sufrir, y otros, en cambio, que recuerdo con ternura: así de suaves y
flexibles eran.

Los que le di a componer eran unos zapatos admirables que me habían servido
fielmente durante muchos meses. Mis pies se hallaban en ellos como pez en el
agua. Más que zapatos, parecían ser parte de mi propio cuerpo, una especie de
envoltura protectora que daba a mi paso firmeza y seguridad. Su piel era en
realidad una piel mía, saludable y resistente. Sólo que daban ya muestras de
fatiga. Las suelas sobre todo: unos amplios y profundos adelgazamientos me
hicieron ver que los zapatos se iban haciendo extraños a mi persona, que se
acababan. Cuando se los llevé a usted, iban ya a dejar ver los calcetines.

También habría que decir algo acerca de los tacones: piso defectuosamente, y los
tacones mostraban huellas demasiado claras de este antiguo vicio que no he
podido corregir.

Quise, con espíritu ambicioso, prolongar la vida de mis zapatos. Esta ambición
no me parece censurable: al contrario, es señal de modestia y entraña una cierta
humildad. En vez de tirar mis zapatos, estuve dispuesto a usarlos durante una
segunda época, menos brillante y lujosa que la primera. Además, esta costumbre
que tenemos las personas modestas de renovar el calzado es, si no me equivoco,
el modus vivendi de las personas como usted.

Debo decir que del examen que practiqué a su trabajo de reparación he sacado muy
feas conclusiones. Por ejemplo, la de que usted no ama su oficio. Si usted,
dejando aparte todo resentimiento, viene a mi casa y se pone a contemplar mis
zapatos, ha de darme toda la razón. Mire usted qué costuras: ni un ciego podía
haberlas hecho tan mal. La piel está cortada con inexplicable descuido: los
bordes de las suelas son irregulares y ofrecen peligrosas aristas. Con toda
seguridad, usted carece de hormas en su taller, pues mis zapatos ofrecen un
aspecto indefinible. Recuerde usted, gastados y todo, conservaban ciertas líneas
estéticas. Y ahora...

Pero introduzca usted su mano dentro de ellos. Palpará usted una caverna
siniestra. El pie tendrá que transformarse en reptil para entrar. Y de pronto un
tope; algo así como un quicio de cemento poco antes de llegar a la punta. ¿Es
posible? Mis pies, señor zapatero, tienen forma de pies, son como los suyos, si
es que acaso usted tiene extremidades humanas.

Pero basta ya. Le decía que usted no le tiene amor a su oficio y es cierto. Es
también muy triste para usted y peligroso para sus clientes, que por cierto no
tienen dinero para derrochar.

A propósito: no hablo movido por el interés. Soy pobre pero no soy mezquino.
Esta carta no intenta abonarse la cantidad que yo le pagué por su obra de
destrucción. Nada de eso. Le escribo sencillamente para exhortarle a amar su
propio trabajo. Le cuento la tragedia de mis zapatos para infundirle respeto por
ese oficio que la vida ha puesto en sus manos; por ese oficio que usted aprendió
con alegría en un día de juventud... Perdón; usted es todavía joven. Cuando
menos, tiene tiempo para volver a comenzar, si es que ya olvidó cómo se repara
un par de calzado.

Nos hacen falta buenos artesanos, que vuelvan a ser los de antes, que no
trabajen solamente para obtener el dinero de los clientes, sino para poner en
práctica las sagradas leyes del trabajo. Esas leyes que han quedado
irremisiblemente burladas en mis zapatos.

Quisiera hablarle del artesano de mi pueblo, que remendó con dedicación y esmero
mis zapatos infantiles. Pero esta carta no debe catequizar a usted con ejemplos.

Sólo quiero decirle una cosa: si usted, en vez de irritarse, siente que algo
nace en su corazón y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi casa y
recoja mis zapatos, intente en ellos una segunda operación, y todas las cosas
quedarán en su sitio.

Yo le prometo que si mis pies logran entrar en los zapatos, le escribiré una
hermosa carta de gratitud, presentándolo en ella como hombre cumplido y modelo
de artesanos.

Soy sinceramente su servidor.

 

 
     
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  Este es el libro que se sinceró Eva Duarte de Perón que, un día de la vida, por su actitud, pudo cambiar el curso de la vida de Facundo Cabral como el autor argentino nos confesó.  
     
DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS descargate el libro gratis
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  Este libro es una obra hermosa de alguien que, en su día, se confesó  amigo de Facundo Cabral y que no es otro que, Gabriel García Márquez.  
     
 
* Aviso legal: Todos los libros que aquí mostramos, son documentos públicos escogidos de publicaciones en la red y que tienen una vinculación literaria con la filosofía del maestro cabral.  
   
 
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