M uda se quedó la plaza de Bogotá cuando, al finalizar la corrida, por los micrófonos de la misma se escuchó esta noticia: “Les comunicamos a todos ustedes, amigos espectadores, que ahora mismo, tras el arrebato de toreo auténtico que hemos presenciado y vivido, El Mago y Morenita de Bogotá, ante todos ustedes, han decidido cortarse la coleta; es decir, retirarse para siempre de la profesión.
Respetamos su decisión y, en este momento, todos seremos testigos de esta despedida. Una tarde sola ha bastado para que los admirásemos como nunca antes habíamos admirado a diestro alguno y, si bien ésta es una rotunda verdad, ellos igualmente han decidido abandonar para siempre su profesión; El Mago tras muchos años de correr la legua y afianzar luego importantes éxitos y, Morenita, tras haber visto cumplido su mágico sueño de convertirse en “matadora de toros.”
Muchos aficionados lloraban de la emoción que estaban sintiendo; muchos de los allí congregados fueron testigos, meses antes, de la glorificación alcanzada por El Mago en Cali y, no podían comprender aquella decisión por parte de ambos; pero era algo que aquellos dos habían decidido de antemano, que tenían programado, pasara lo que pasara; ellos no querían lograr el éxito para sumar contratos; les bastaba y les sobraba con la dicha que ambos sentían; ella por ver realizado su sueño de ser matadora de toros y él, por corresponderle el honor, de ser el padrino de la mujer que amaba con locura.
Con dicho secreto acudieron a la plaza y, ante los hechos previos allí acaecidos, daba de suponer que ambos harían campaña por toda Colombia; empresarios los habría por doquier ahora, llegado el triunfo, para contratarlos para que lidien en sus plazas; y, en este aspecto engañaron a todo el mundo. Ellos querían ser felices, que en realidad era lo que más les importaba en este momento; lo demás no les interesaba nada.
Tras este festejo ya lo tenían todo; estaban enamorados, habían logrado el triunfo más apoteósico que nunca hubiesen llegado a soñar y nada más les quedaba por pedir ahora. Cuando el noventa por ciento de los diestros hubieran explotado ese éxito, ellos, Ingrid y El Mago, lo que pretendían era vivir juntos y felices olvidándose del mundo.
Durante la ceremonia del corte de coleta de ambos, El Mago se la cortó a Ingrid y, viceversa; y, allí dejaron, en el ruedo bogotano, el símbolo de lo que había sido su profesión, en el caso de Ingrid, tan efímera como exitosa; en el del Mago, el recuerdo de toda una vida dedicada a la creación del arte dentro de una plaza de toros. Nadie quería irse de la plaza; otra vuelta al ruedo les hicieron dar y, las flores seguían adornando el redondel; ¿de dónde salían tantas? , daba la sensación que por arte de magia o de manera quizás premonitoria, los aficionados habían traído cientos de ramos de flores para lanzárselos a los triunfadores.
Juntos, en la vuelta al ruedo, se entrelazaron con una bandera colombiana que alguien les lanzó desde el tendido. Lo que la vida les había negado durante tantos años, el éxito y la felicidad, lo habían conseguido en Colombia; la bandera con la que se arroparon ambos era el símbolo de aquella bendita unión de la que ya nadie los separaría.
El espectáculo, llevaba ya, más de tres horas inolvidables; todos querían ser testigos de lo que sería la salida en hombros más multitudinaria que se recordaba en dicha plaza; los aficionados izaron a la terna como si fuesen dioses; y, más que a nadie, a Ingrid que, junto al Mago se había ganado el respeto, la admiración y la devoción de los presentes, en poco menos de dos horas.
Era difícil asimilar que, dicha apoteosis jamás la volverían a ver; que nunca más serían testigos los aficionados colombianos, de algo tan mágico y especial, como lo que terminaban de vivir. Por dicha razón, mientras unos aplaudían, otros lloraban de pena; por la puerta grande se llevaban a los triunfadores y, tanto Ingrid como El Mago, ya en la calle, eran como estandartes portados orgullosamente por los aficionados que no querían apearlos en lado alguno; daba la sensación, de ser ellos patrimonio de dicha afición y que ésta con ellos querían compartir el resto de sus vidas.
Tanto El Mago como Ingrid fueron llevados hasta el hotel en hombros; una multitud los siguió para despedirlos con una estentórea ovación en las puertas del mismo. El éxito se había consumado. Los protagonistas denotaban una felicidad inmensa; Ingrid, aunque dolorida por las consecuencias de la cogida, daba la sensación de estar un poco rota anímicamente, pero muy feliz, dichosa de haber saboreado un éxito que jamás antes había tenido; y, por haber hecho realidad el sueño que la mantuvo viva durante toda su existencia. |