T ras aquel desborde de arte y tauromaquia que Ingrid y El Mago habían brindado y gozado, en la Santa María de Bogotá, ya en el hotel, disfrutaban junto a sus amigos el sabor del éxito. Jamás antes, dicho hotel, había registrado tanta expectación en torno a dos de sus pasajeros. Allí se congregó lo más granado de la afición colombiana para rendirle homenaje a este par de triunfadores.
¡Qué sabor tan dulce tiene el éxito!.
Claro que, ellos, como sucediera con el corte de coleta en el ruedo bogotano, no se dejarían embaucar por él ni por la fama. Tenían todo previsto; sus planes los habían concretado ya, desde hacía bastante tiempo atrás.
Juntos se marcharían a México, la tierra natal de Rodolfo. Allí, seguramente los aguardarían muchos otros aficionados para agasajarlos; pero, fuese como fuese, su etapa taurina ya estaba cerrada; además, antes que todos esos aficionados, un ser humano muy importante los aguardaba también; y, de manera muy especial al diestro. Era la querida madre de Rodolfo, que hacía ya demasiado tiempo que lo esperaba ansiosa y anhelante, para fundirlo en abrazo y llenarlo de ternura ... y de besos ... con la misma ilusión, con que lo hizo, aquella vez, cuando su muchachito, tenía que venir a este mundo.
Sesenta años después de que Rodolfo naciera, doña Alicia lo seguía esperando con la misma y renovada ilusión de aquella vez. Al fin y al cabo, era casi lo mismo, porque su hijo, después de aquél horrible accidente de aviación, había vuelto a nacer aunque esta vez lejos de ella, situación que había sumido a la noble y anciana mujer en la más cruel de las incertidumbres. Y ya era tiempo que ella, disipara de una vez y para siempre, personalmente esa sensación, al tener otra vez – sano y salvo – entre sus brazos, a su amado muchacho.
Ingrid, que no dejaba nada ni a nadie en Colombia, había decidido compartir el resto de su vida junto a Rodolfo; en México o dónde él hubiese querido estar; para ella, había triunfado el amor y lo demás salía sobrando.
Todo estaba decidido para el regreso a México. El miedo mordaz y rotundo que Rodolfo sentía, de solo pensar que tenía que subirse otra vez, a un avión lo tenía dominado gracias a que Ingrid, en esta ocasión, lo acompañaría para compartir el resto de su vida junto él, que era el hombre a quien ella amaba.
Todo lo tenían previsto; primero la retirada como toreros y, acto seguido, el hecho de marcharse juntos a México; pero había algo que, Ingrid desconocía; El Mago le tenía preparada una sorpresa mayúscula; y, era mucho el riesgo que Rodolfo asumía pero, en el fondo de su ser, barruntaba que la sorpresa si bien, sería mayúscula para ella, iba a ser mucho más que agradable para su mujer amada.
Ya tenían prevista la fecha de su partida hacia el país azteca; incluso tenían comprados los billetes de avión. Y es cierto que, cuando Ingrid, en la habitación del hotel, acomodando entre otras cosas las pertenencias de Rodolfo comprueba que este tenía guardados tres pasajes de avión, se asombró.
¿Tres pasajes ?, se preguntaba ella. No lo entendía bien. Ya que de esto, no habían hablado en ningún momento. ¿Quién sería la persona que vendría con ellos?. Le preguntó entonces, sin vueltas, a Rodolfo el motivo de ese tercer boleto de avión y éste, antes de contestarle la abrazó muy fuerte pero con inusitada ternura. Y le contó.
Ingrid lloró de la emoción cuando supo quien era el tercer acompañante.
Se trataba nada más y nada menos que de un niñito de esa casa de acogida, que Rodolfo había visitado, después de recuperarse de su accidentada llegada a Colombia, allá en Cali. Desde aquél momento en que Rodolfo visitó aquel centro, rondó por su cabeza la adopción de un niño; pero comprendía que eso de momento, no le era posible ya que él solo, no se atrevía. Pero cierto es que, desde que sintió y supo a la vez, que Ingrid quería pasar el resto de su vida junto a él, Rodolfo no tardó en hacer los correspondientes trámites para la adopción.
Y, para dicha del Mago, el niño adoptado se llamaba también Rodolfo. Tal vez fue casualidad o tal vez El Mago lo adoptó, por llamarse como él, pero sea como sea, el niño en cuestión -gracias a Dios-, ahora, con El Mago e Ingrid tendrá unos padres que lo cuidaran y mimaran – como necesita un niño que lo hagan - y, para siempre.
Rodolfito tenía tan solo tres años y era portador de la más maravillosa ternura. Era un pequeño ángel de amor.
Si El Mago estaba feliz, Ingrid no podía contener las lágrimas ante la maravillosa sorpresa. Desde el mismo centro de acogida, los responsables de tan noble labor, llevaron a Rodolfito hacia Bogotá para que sus padres adoptivos lo recibieran, con inmenso amor, directo, en sus brazos y con todos los recaudos legales que manda la ley colombiana de adopción. Todo estaba perfecto. Y, ya habían llegado al hotel.
La alegría de todos los involucrados – incluso la del niño que ajeno al significado, de todo lo que sucedía, igual era inocentemente alegre, tan solo porque sí, por ser un niño – era contagiosa e inmensa.
Y cuando el niño estuvo por primera vez, en los brazos de Ingrid, ésta casi se desmaya por la tremenda emoción que sintió. En cambio El Mago, estaba más “entero” al respecto; suya había sido la idea, por tanto, él era ahora el dueño absoluto de su propia y completa felicidad.
Culmina así, de este modo tan sencillo y tan simple pero tan auténtico, noble y verdadero, el periplo colombiano de Rodolfo Martín “El Mago”, ese hombre, ese torero que vino a nacer de nuevo en Colombia, al que admiraron los colombianos más que a ningún otro y, el que supo conectar con ellos de una forma fantástica; hasta convertirse y ser aceptado como un colombiano más, hecho que trasunta la pauta, que allí lo quieren hasta lo inimaginable; su fama era grande, pero lo más importante es que su corazón lo era todavía mucho más.
El Mago, cansado de mil amoríos, encontró otra vez el amor en su vida, encarnado ahora, por esta bella mujer torera, a quien él pudo darle, además de su más profundo, sincero y puro amor de hombre y de ser humano, la alternativa como doctora en tauromaquia y este bello y saludable hijo, que la bondad y el cariño de ambos, rescata para siempre, de la indiferencia y el olvido. Y el milagro se consumó una vez más en la eterna espiral del tiempo; porque el destino confabuló para que estos bellos seres, tan desdichados en pasados momentos, ahora sean merecida y acabadamente felices, porque para eso saben que nacieron. Ellos así lo asumieron y ellos así lo concretaron.
Hacia México partieron los tres para empezar una vida nueva.
El Universo, Dios, la Vida ... siempre sabe lo que hace y, una vez más, lo vuelve a confirmar. |