T odo estaba preparado en la habitación del diestro. El vestido, como ritual, colgado sobre la silla. Faltaba poco tiempo para que el sueño de Arango se tornara realidad. La plaza de Toros Santa María de Bogotá lo esperaba con ilusión. Una llamada recibida desde la plaza de toros confirmaba que, la expectación que había levantado la confirmación de alternativa de Luís Arango, había tenido calado entre los aficionados; faltaba más de una hora para que empezara el festejo y, el coso, estaba casi repleto.
La noticia dejaba a Luís contento; lleno de ilusiones puesto que, el primer paso ya estaba dado; era la atracción del cartel y, saber que los aficionados habían abarrotado la plaza, ese era el primer peldaño hacia el éxito. El diestro vallecaucano, como todos, sabía lo que era hacer el paseíllo sin apenas gente, sin recompensa alguna, sin gloria de ningún tipo; él venía de unos ancestros muy humildes y, comprobar que estaba, en este momento, tocando la gloria con sus manos lo tenía dichoso.
El vestido era hermoso; se lo habían confeccionado en España. Era de color grana y oro, como se suele decir, ese es el color de los valientes. En realidad, el color grana y oro, presagia siempre la disposición del diestro que lo viste. Sí, el vestido era bellísimo, el capote de paseo con su Virgen de Guadalupe bordada en seda y oro, llenaba de elegancia al diestro.
Ya era casi la hora y, el ritual estaba servido. El mozo de ayuda le estaba vistiendo mientras el apoderado lo miraba con ojos de admiración. Luís sonreía a todos. La montera estaba sobre la cama y, una vez enfundado con el traje citado, el diestro se la calaba hasta casi las cejas; es la probatura de siempre de dicha prenda que, como el traje, tiene que quedar perfecta. Ya vestido Luís bajó hasta el hall del hotel, allí le esperaba su amada que, con ojos de estupor, felicitó al diestro; un beso en su mejilla deseándole todo el éxito del mundo certificaba su inmenso amor.
La expectación había llegado hasta el propio hotel. Muchos eran los curiosos que se arremolinaban en torno al diestro. El hall estaba repleto. Todos querían saludar al diestro. Claro que, Luís, al pensar en el incidente del día anterior, por un momento, se le apagó la sonrisa; no era para menos. Lo que estaba siendo un acontecimiento agradable en aquella oportunidad, por poco, si esa mujer se hubiese salido con la suya, hubiera disipado todo el esplendor de lo que ahora estaba viviendo el diestro.
Decenas, yo diría que cientos de personas le vitoreaban a la salida del hotel; hasta tenían que hacer correr a aquellos aficionados si en verdad querían llegar a tiempo a la plaza. Como siempre ocurre, ver al torero saliendo de su hotel, es todo un rito, un acontecimiento esperado porque, posiblemente, su propio vestido es lo que cala en el ambiente y, por supuesto, la figura del diestro de moda quien, sabedor de lo mucho que se jugaba en dicha tarde, de pronto, recuperó su sonrisa. Firmó autógrafos, se abrazó con muchos aficionados hasta que, al final, pudo subir al auto que le llevaría hasta la plaza.
A la llegada, lo esperan sus compañeros que, más madrugadores que él, ya estaban en el patio de cuadrillas. Se felicitaron entre sí y se desearon suerte de forma reciproca. Luís miró hacia arriba y, al ver los tendidos llenos de aficionados, en aquel momento esbozó una sonrisa. El primer objetivo se había cumplido. La plaza abarrotada era el presagio de que algo grande estaba por ocurrir. A su mente le vino a Luís Arango aquella ocasión en que, hace tres años, siendo novillero pudo actuar en Bogotá y que, sin gente en los tendidos y por lo tanto, sin retribución alguna; aquella tarde estuvo a punto de apartarlo para siempre de los toros. Ni siquiera éxito tuvo en aquella tarde sus enemigos; un evento para olvidar y sin embargo hoy, se puede decir que gracias a su constancia y a su fe en Dios y en sí mismo, en este día y en este coso, como se demuestra, el torero Luis Arango ha tenido el premio debido.
Tras el paseíllo de las cuadrillas, Arango, aclamado por los aficionados es obligado a salir a la raya del tercio a saludar. Los espectadores de la Santa María, así como todos los aficionados, saben de los grandes éxitos por toda Colombia del compatriota y, en esta tarde tan trascendental, le quieren rendir gratitud. Igualmente saben de sus triunfos en España y Francia, de su valía como artista, de su valor inacabable y de su constancia sin límites. Dichos valores son los que ahora le reconoce el público bogotano.
Pese al incidente ocurrido la noche anterior, Luz, espectadora de excepción en dicho festejo, le tenía reservada una sorpresa mayúscula al diestro. Arango no sabía nada; ni en sueños se hubiera imaginado lo que vería un poco más tarde.
Luís sabía que, en una barrera del tendido cinco, allí estaría su amadita. Igualmente, como su corazón le indicaba, el segundo toro se lo brindaría como refrendo de su cariño hermoso; yo diría que, como la más bella acreditación de su amor.
Allí, junto a Luz, en la misma barrera, se hallaba una persona especialísima en la vida del diestro que, a no dudar, lo sorprendería más que nadie en el mundo. Desde el burladero de cuadrillas le separaban al diestro unos treinta metros hasta donde se sentaba su novia. De soslayo miró un par de veces y, un saludo tenue, digamos que una bella sonrisa entre ambos certificaba la complicidad con la que vivían. No cabía un alfiler en la plaza que se suele decir y, por dicha razón, Arango no se percató de la persona que estaba sentada junto a su amadita.
Tras aquella atronadora ovación con la que le obsequiaron los aficionados, salió el primer toro por chiqueros; toro que le correspondía a Arango por aquello de la confirmación de su alternativa; en realidad, por orden de antigüedad tendría que actuar en tercer lugar puesto que, como se sabe, el escalafón de matadores de toros y su orden de intervención pasa por la antigüedad alcanzada respecto a los años que llevan de alternativa en calidad de matadores de toros.
Un aclamadísimo quite por verónicas encendieron la pasión en los tendidos; un quite por chicuelinas enloqueció al personal. Ya estaba el toro picado y banderilleado y, era el momento esperado. Sus compañeros, Raúl García como padrino y Rubén Amor como testigo, le conferían la “borla” que lo convertía en auténtico matador de toros; había confirmado su alternativa que tomara en España y, de forma “oficial”, Arango ya era matador con todas las de la “ley”. El padrino le cedió los tratos al matador novedoso y, como gentileza del padrino y testigo, ambos le cedían la lidia y muerte del primer toro de la tarde, honor que se le concede a todos cuantos toman o confirman su alternativa. Al respecto de esta cuestión, un torero puede tomar su alternativa en cualquier plaza del mundo, más luego viene la confirmación de la misma que, en realidad, no es otra cosa que un hecho protocolario que se da siempre cita en la plaza más importante de cada país; por ejemplo, en España, se confirmaría la alternativa en Madrid; en Colombia, en Bogotá; en México, en la gran plaza de Insurgentes del D.F.; en Francia, en Nimes.
El toro, llamado “Colaborador” quiso hacerle honor a su nombre y colaboró como ninguno con el diestro. Tuvo una bondad extraordinaria que permitió al diestro lucirse como nunca. Si con la mano diestra estuvo apoteósico, con la mano zurda logró Arango unas series de pases naturales que, extasiaban a los tendidos. Aplausos, vítores, gritos de “¡torero, torero!” salían de las gargantas de los aficionados que, para su fortuna, estaban siendo testigos de excepción del primer gran triunfo del compatriota en la primera plaza colombiana. Tras toda una borrachera de éxito, Luís Arango se perfiló en corto para dejar la estocada hundida en el morrillo de su enemigo; ante este envite, el toro dobló en el acto; su herida era de muerte súbita y, por dicha razón, los aficionados pidieron a la presidencia del festejo los máximos trofeos para el matador.
La vuelta al ruedo saludando a los aficionados, era todo un clamor. A sus pies cayeron sombreros, mantillas, ramos de flores e infinidad de objetos que le lanzaban los aficionados como prueba de gratitud ante su éxito. Lógicamente, Arango, cuando llegó a la altura del tendido cinco, justamente donde se encontraba su amadita, le hizo un ademán, como una reverencia en la que le brindaba a ella lo que había sido su gran éxito. Allí quedó parado unos segundos el diestro saludando a su amadita y, de pronto, la cara del torero se puso blanquecina; y se quedó inmóvil. La plaza en pie notó que estaba parado saludando a alguna persona muy especial; todos se preguntaban a quién estaba rindiendo honores el diestro. ¿Un político? ¿Un artista? ¿Un escritor? Cada cual se hacía la pregunta que creía oportuna. Lógicamente, desde lejos, no se apreciaba a quien le rendía culto el diestro.
Los que estaban sentados cerca de donde estaba el diestro, de pronto, vieron como el torero lloraba; sus ojos estaban llenos de lágrimas. Su posición estática en la arena, duró tan solo unos segundos para el diestro y, en cambio, a todo el público, le pareció un siglo. Pero Arango se había quedado inmóvil porque, lógicamente no era para menos. Aquella persona que estaba sentada junto a su Luz amadita, le había conmovido.
¿Quién sería? |