H abían pasado bastantes días y, El Mago, en el hospital, volvía a sonreír. Su recuperación era un hecho constatado; pese a que seguía utilizando muletas para moverse por el centro médico y sus aledaños ajardinados donde el diestro mexicano paseaba durante largo rato. La palabra muleta le hacía más daño que las propias heridas; no podía comprender que, ese nombre, que recibe “la pañosa” con la que él ha creado bellas lecciones de arte frente a los toros, se lo hayan puesto también a estos artilugios que lo ayudan ahora a sostenerse.
Todo el personal sanitario del centro lo trataban con un respeto desmesurado; para ellos era el sobreviviente de la tragedia del avión, por tanto, era casi un semi Dios. Lo montaban en la silla de ruedas y lo llevaban hacia donde El Mago dijera. Agradecido como estaba hacia todos, lo que lo jorobaba era que lo trataran de aquella forma sin saber en realidad quién era; y, esto era cierto, porque para todos era el hombre más famoso del mundo por haber salvado la vida, cuando todos los demás habían muerto. Su felicidad hubiera sido más grande si todo el tratamiento admirable que le daban hubiera tenido que ver con su condición de artista de la torería. Rodolfo nunca olvidaría ese accidente y la gracia que Dios le concedió al permitirle seguir viviendo, pero en realidad, él era el que era; es decir, un artista postergado mexicano que, en pocas ocasiones le habían permitido enseñar su arte irrepetible. Hecho real e indiscutible este último, que era el que a él más lo hería en su alma. Plaza de toros de Cali, donde El Mago sueña con el triunfo.
Su desilusión mayor ocurrió el día que descubrió que, en el hospital nadie sabía quién era en realidad. Rodolfo, tan sincero como sencillo, un día le preguntó a uno de sus amables enfermeros.
-¿Usted sabe quién soy?
-Por supuesto, -dijo el asistente sanitario- usted se llama Rodolfo Martín García, ciudadano mexicano que, junto con la señorita Lucía Ostos, han sido ustedes los únicos que salvaron su vida de la tragedia del avión siniestrado hace pocos días.
-¿Qué profesión tengo? -Preguntó El Mago-.
-No lo se; lo que si se amigo, es que usted, cuando salga a la calle será el hombre más famoso de todo el mundo. El hecho de sobrevivir ante una desdicha como la que hemos tenido, tanto a usted como a esa muchacha, los hace ser las personas más admiradas del planeta.
Estaba seguro de que la popularidad sería un hecho consumado. Eso lo admitía Rodolfo; pero su miseria no era otra que comprobar que nadie lo conocía como lo que era, un artista de la tauromaquia. Poco le importaba a él que lo admiraran por ser un sobreviviente de la tragedia. Dicha cuestión, como él decía, podía haberle pasado a cualquiera y, ser artista, como él lo era, no es patrimonio de todo el mundo. Lo admiraban porque estaba vivo; pero igual podrían haberle rezado en su muerte como a la práctica totalidad de los viajeros del avión siniestrado.
Eso de la popularidad ganada sin esfuerzo alguno, como por un designio del azar o destino, a Rodolfo lo ponía de mal humor; la fama y popularidad, según su leal saber y entender, hay que ganarla mediante el arte, en la faceta que fuere, pero siempre por el arte. Por este motivo, saberse conocido por ser el “sobreviviente” lo ponía frenético; toda la vida luchando por la causa del arte y, - así pensaba él - me tienen que venir a conocer por escapar de una tragedia.
Días más tarde recibió Rodolfo una visita inesperada. Lo que iba a sucederle ahora, en este momento, no lo podría sospechar jamás. Él nunca podría haberse imaginado que, ahora mismo, como torero, podía ser el artista más rentable para todo empresario taurino. En su humildad, Rodolfo siempre creyó en su arte y, nunca se detuvo a pensar que, como sobreviviente de esta tragedia y, dada su condición de torero, para los empresarios taurinos podía ser el filón de dinero más grande del mundo. Siempre hay alguien que ve la posibilidad de negocio en toda oportunidad y, mucho más aún como era su caso, ante el hecho de que salvó la vida frente a semejante tragedia. Para sus adentros, Rodolfo seguía siendo El Mago que suspiraba por llevar a cabo la faena soñada; el iconoclasta de la torería capaz de lo mejor y de lo peor; pero jamás sintió que pudiera ser pasto de negocio para nadie; Rodolfo siempre entendió el arte como tal y, nunca apreció que con él hicieran negocio.
Sin embargo ahora, por este lance caprichoso del destino, El Mago era la atracción mundial entre la torería. ¿Qué pagaría usted por ver en los ruedos a un artista como el Mago, a sabiendas de que, para mayor dicha, es el único sobreviviente varón de la tragedia de Cali? Esa es la pregunta que se hacían muchos empresarios taurinos y, los colombianos no podían ser una excepción. Por dicha razón, Rodolfo recibió una visita muy interesante o mejor dicho muy interesada.
-¿Señor Rodolfo Martín? –Preguntó una voz al abrir la puerta de su habitación-
-¡Pase! ¡Soy yo! -Respondió el artista mexicano-.
-Permita que me presente; soy Ramiro Carmona Carrasco, el empresario de las plazas de toros de Bogotá y Cali. En primer lugar quiere felicitarle por estar usted entre los vivos y, si me lo permite, quiero hablar de negocios con usted.
Sin darle tiempo al Mago, para decir nada, el hombre prosiguió:
-Lo veo muy recuperado. ¡Ha tenido usted toda la suerte del mundo! ¿Verdad? Me llamará usted oportunista pero, mis hijos comen de mi trabajo y, éste consiste en organizar corridas de toros y, para sustentar mi trabajo, es usted ahora mismo el eslabón que le faltaba a mi cadena; es usted un plato muy apetecido entre los aficionados de todo el mundo y, en cuanto usted se recupere, antes de marcharse usted a México, quiero ofrecerle dos actuaciones en mis plazas. ¿Qué piensa usted?
-Que es usted muy directo señor, no me cabe la menor duda; no se anda con tapujos ni medias tintas. Si, hombre, de que tiene usted el don de la oportunidad, de eso no me cabe duda alguna. Le agradezco su oferta pero, lo primero que quiero es recuperarme y, más tarde, ya hablaremos. Pero me gusta la idea, no puedo negárselo. Es una pena que usted haya venido buscando al “sobreviviente” y no al Mago, pero procuraré que ambos sean la misma persona y, quizás podamos llegar a entendernos si de negocios hablamos.
-Mire, Rodolfo, - dijo Ramiro - faltan dos meses todavía para que empiece la temporada grande en Bogotá y, respecto a Cali, para que todo el mundo pueda admirarle aquí, montaré una corrida extraordinaria para que todos los caleños disfruten de su arte antes de marcharse. ¿Qué le parece?
-Muy buena la idea. Seguiremos conversando. -Aseveró Rodolfo - que se hacía el hombre duro pero, por dentro, en su alma, estaba sintiendo la felicidad que siempre había soñado. |