C almados los ánimos de Rodolfo, algo que Noemí supo hacer con maestría de mujer, a los pocos segundos ya estaba sentado el diestro frente a las cámaras y, conducido por dicha señorita, El Mago ya estaba dispuesto para la entrevista. Él era consciente de la expectación que había suscitado. Su semblante denotaba felicidad; una vez más, se sentía importante. Todos cuantos estaban en el plató le miraban con admiración. Rodolfo lo sabía. Ya, sin más dilación, Noemí lo presenta ante las cámaras.
-Señores televidentes, esta noche tenemos el gusto, el honor diría yo, de contar entre nosotros con Rodolfo Martín El Mago, el conocido diestro mexicano que vino a lograr la fama entre nosotros, “gracias” al desdichado accidente de aviación en el que, para su fortuna, salvó su vida. ¿Qué siente en este momento, maestro?
-Una dicha inmensa de saberme vivo y una gran satisfacción de haber llegado junto a ustedes que, desde el primer momento me han tratado como si fuera un rey.
-¿Qué pasó por su mente cuando comprobaba que se estrellaba el avión?
-Son fracciones de segundo en que, sinceramente, me encomendé a Dios y me dispuse para abandonar este mundo. Pasó todo tan rápido que, no tuve tiempo para nada; sentí que se acaba todo, que me no volvería ver nunca más a mi madre y, ese era mi dolor.
-¿Qué supuso para usted la pérdida de su colega Arango?
-Imagínese. Me vine con él desde México para acompañarlo en ese dolor suyo, tan grande, que sentía por la muerte de su hermano y, el destino, cruel y caprichoso, quiso que Luís lo acompañara a aquél en el viaje eterno que este había emprendido. Mi tristeza es infinita y, si me lo permite, aprovecho desde aquí para mandarle un abrazo a su señora madre puesto que, Luís, la adoraba.
-Es usted, ahora mismo, uno de los personajes más conocidos en toda Colombia; yo diría que en el mundo entero. ¿Qué sensación siente al respecto?
-No le pongo yo mucho cuidado a eso; lo que en verdad me importa es que sepan que soy El Mago, el torero mexicano que a Dios gracias sigue vivo para continuar impartiendo bellas lecciones de arte en los ruedos.
-Por cierto, usted se juega la vida frente a los toros y, según nos han dicho, ahora tiene miedo de volver a subir en un avión. ¿Cómo se explica esta circunstancia?
-Es distinto, chamaca; en los ruedos, pese a jugarme la vida, me motiva la ilusión de crear arte frente a los toros; en el avión, el sólo hecho de pensar que pude haber muerto de forma tan estúpida, me pone los pelos de punta; yo quiero morir, como siempre dije, creando una bella obra de arte. No, no me quedan ganas de volar; veremos como lo hago el día que me marche; en avión, seguro que no será.
-Nuestro Presidente lo visitó en el hospital, ahora le han nombrado hijo adoptivo de Colombia y, para mayor dicha, según hemos podido saber, ahora tiene usted dos compromisos artísticos en Cali y Bogotá. Digamos que está usted volviendo a vivir, ¿verdad?
-Nada es más cierto. El día que me vaya de Colombia me llevaré un recuerdo bellísimo de todos ustedes que, en honor a la verdad, me han tratado como si fuera un rey. Mi gratitud para el Presidente y para todos ustedes que me han colmado de honores, pero mi dicha más grande, como puede usted suponer, no es otra que poder torear para ustedes.
-Y resulta un poco chocante lo que ha sido su contratación que, aunque usted no nos lo ha dicho, al parecer, ha habido en su contrato una cláusula inusual. ¿Nos puede decir de qué se trata?
-Muy sencillo: acordé con el empresario para que, una vez reunidos mis honorarios, éste extienda dos cheques para las madres de Arango y de Luz, la muchacha que era su prometida. Es esta la gratitud que les debo a estas familias que, si perdieron a lo que más querían, sus hijos, ahora que tengan un poco de ayuda económica para sus casas.
-¿Es cierto que todo el dinero que le pagaron las televisoras el día que ofreció usted aquella rueda de prensa, lo donó para los niños pobres de Cali? -¡Y tan cierto!. Fíjese que, en realidad, con mi nombre me basta y me sobra para caminar por el mundo; yo diría que, en mi peregrinar por todos los países que he visitado, hasta he tenido la fortuna de ser considerado como un vagabundo de primera clase; nunca me faltó el dinero porque mis amigos, siempre me ayudaron. Por dicha razón doné ese dinero que, ciertamente, seguro que a dichos niños les ha servido de mucho, mientras que a mí no me hacía falta. Obvio resulta decirle que, desde que estoy en Colombia no me ha faltado de nada; han sido ustedes muy generosos conmigo, razón de por más que yo tenía para corresponderles, ¿verdad?
-¿Qué ilusiones trae, maestro, para sus presentaciones en Bogotá y Cali?
-Imagínese. Por un capricho del destino, sin que yo lo pretendiera ni buscara, de pronto me veo haciendo el paseíllo en dos plazas importantísimas de Colombia. Piense que vine a Colombia en lo que debería de haber sido un viaje de ida y vuelta y, fíjese en qué ha quedado todo. Ahora soy huésped de ustedes y me siento muy contento. Le pido a Dios con todas mis fuerzas que, en esos festejos que tengo programados, que me ayuden los toros para que yo pueda crear la obra de arte que siempre llevo dentro de mi corazón.
-¿Qué les diría usted a todos aquellos que no les gusta la fiesta de los toros?
-Que son mucho más pobres que los demás; no saben ellos lo que se están perdiendo; dejar de admirar una obra de arte dentro de un ruedo, si usted me permite, yo diría que es casi como vivir en pecado mortal. Quizás le suene como a eufemismo pero, perderse el arte en los toros es tanto como obviar una obra de Renoir o Sorolla.
-¿Se sabe usted artista?
-Claro, señorita. Es una gracia que Dios me ha dado. Soy, como le digo, un privilegiado. Y ahora mucho más tras haber vuelto a la vida junto a ustedes. |