nte la proposición del torero para que pasasen juntos la noche, Luz, una vez más quedó atónica; no terminaba de entender todo lo que le estaba sucediendo. Eran bendiciones o maldiciones, se preguntaba en su interior. Su rostro quedó enrojecido; no daba crédito a sus emociones y, Luís, le miraba con atención; esperando, como era “lógico”, una respuesta afirmativa.
La muchacha no podía articular palabra; el torero le seguía mirando y, a su vez, esperando la respuesta afirmativa. Por la cabeza de Luz pasaron mil ideas; era virgen y, ante todo lo que esa noche pudiera suceder, le atormentaba el cerebro. Era toda una mujer y, su cuerpo, así le delataba; pero sus casi infantiles dieciocho años le pesaban como una losa de mármol sobre sus espaldas; no era capaz de reaccionar con coherencia ante todo lo que le estaba pasando. En honor a la verdad, era ahora cuando Luz estaba entrando en el mundo de la adultez; en ese estrado en que, por regla natural, se tienen que tomar decisiones muy rápidas, adivinar sentimientos, solventar situaciones y, como le estaba sucediendo a ella en dicho instante, decidir, en segundos, lo que quizás marcaría el resto de sus días.
Con la voz entrecortada dijo Luz:
-¡¡¡¡Sí!!!! me quedo contigo toda la noche.
-Siéntate y conversemos, -dijo Luís- Y, gracias por apearme del tratamiento de usted que, me estaba resultando farragoso de tu parte; ambos somos jóvenes y, por dicha razón tutearnos, es lo más correcto. Eres la mujer más bonita de Cali; aquí he conocido mujeres lindas pero, tú eres la más bella de todas. Ostentas un cuerpo escultural; tienes una mirada penetrante; tu figura, de arriba abajo, es deliciosa.
Semejantes piropos dejaron a Luz como más relajada; parecía que todo pudiera ser más normal de lo que en principio podía creer. Cuestión de actitud. Mirándole a los ojos, Luz, entendía que nada malo podría pasarle junto al diestro que, de repente, ella le empezó a ver como en realidad era, un muchacho muy atractivo; tez morena, ojos azules, pelo rizado, dientes muy blancos y una forma de hablar que rayaba en la seducción. Ciertamente que, por su cuerpo seguía recorriendo un escalofrío; aquel “Sí, quiero”, le podría traer complicaciones irreversibles pero, el paso ya estaba dado.
-No puedo quedarme mucho, Luís; estoy cumpliendo mi jornada laboral y, tengo que irme. – Sentenció la muchachita –. Dime, por favor, a la hora que quieres que quedemos y, ahí estaré yo contigo.
-Si quieres –apuntó Luís- quedamos en la tarde y te invito a los toros y, tras el festejo, ya planificamos la noche.
La sensación que daban ambos no era otra que, lo que conocemos como el clásico “flechazo de cupido”. De repente, en breves instantes, comenzaron a sentirse cómodos el uno junto a otro.
-No puedo, tengo que trabajar todo el día; es mi primer día laboral y, no se me permite, como me dijeron, el más mínimo error ni fallo. – Respondía Luz -
-Te comprendo totalmente. Si te parece, -dijo sonriendo el torero colombiano- quedamos a las diez de la noche aquí, en el hotel; te esperaré abajo.
-OK -respondió Luz.
En muy breve espacio de tiempo cambió el semblante de la chica y, sus pesares de sólo hacía unas horas, se habían transformado en ilusiones repentinas que, como se podía ver, habían dibujado sonrisas en su lindo rostro.
Eran poco más de las seis de la tarde y, Luz, había cumplido con su jornada laboral. Se marchaba a casa y, por vez primera en su vida tenía que pasar una noche alejada de su familia. En el transcurso del regreso a su hogar, Luz, estaba buscando la excusa para que su madre no pusiera traba alguna; más que trabas, que no sufriera en su ausencia. Por supuesto que no era ético que le confesara a su madre que tenía que pasar la noche con un muchacho; por muy torero que fuere, doña Liliana no lo iba a entender. Esa era la idea que ahora rondaba por su cabeza. Convencer a mamá de que, esa misma noche la pasaría lejos de casa. Una vez más, de repente, se cernían sobre su cabeza pensamientos dispares; su sentido religioso le estaba diciendo, desde su interior, lo descabellado de su idea de compartir una noche con un “desconocido”; su ética la aconsejaba que lo dejara de lado para que su madre no sufriera y, ella misma estaba asustada nuevamente. Sin embargo, el corazón le estaba aplastando su razón.
Cerró los ojos y comprendió que no había marcha atrás; estaba tomada la decisión y, como fuere, ella quería ir descubriendo parcelas por el mundo y, en este caso, hasta le ilusionaba conocer a un hombre por dentro, en toda la extensión de la palabra. No sabía si encontraría el placer, el amor, la decepción, la amistad, ó la ternura de un hombre, si lograba estar entre sus brazos; muchas preguntas se hacía que, en aquel instante, eran incógnitas por descubrir.
Ya en casa, doña Liliana la estaba esperando con verdadera expectación; todo era nuevo para ellas y, la señora la miró a los ojos, la veía feliz a su hija y la abrazó con todo el cariño que una madre puede regalarle a su hija.
-¿Cómo has estado, mi hijita?
-Muy bien, mamita. Todo ha salido perfecto. Me han tratado muy bien y, el lugar de trabajo es fantástico. Estoy contenta; creo haber causado una grata impresión. Se trata de un lugar pulcro y, en dicho hotel, solo hay gente muy importante; señores adinerados; en definitiva, personas de un alto nivel social y, por lo que he visto, con un gran bagaje cultural. Y, si me permites, tengo que darte otra noticia.
La señora Liliana quedó como expectante. ¿Qué noticia sería? Si, en realidad, tras todo lo contado, ¿qué más podía decirle?
-Han quedado tan contentos que, me han propuesto si quiero trabajar esta noche puesto que, han llegado unos clientes muy especiales y, según el gerente mi trato les puede cautivar y, por dicha razón, me han sugerido si podía trabajar toda la noche. No se trata de limpiar por la noche; pero sí de servirles alguna copa, traerles alguna comida, acompañarles, llevarles algún libro; todas esas cosas tan naturales en un hotel y, a tal fin, me han dicho que por favor, haga esta jornada extra en esta noche especial; estamos en plena feria y, como te digo, madrecita, ha llegado gente de todo el mundo al Sératon y, quieren quedar como reyes ante la clientela.
-Pero debes de estar muy cansada, hijita; todo el día trabajando y, sin apenas dormir ni descansar; y, una vez más emprendes la tarea toda la noche.
-No sufras mamá que, la noche se presupone muy entretenida.
Se despojó Luz de su ropa, se metió en la ducha y, por vez primera en su vida se miró en el espejo desnuda; quizás, en aquel momento estaba certificándose a sí misma su belleza intrínseca, precisamente, la que ella casi nunca había reparado. Ese fantástico cuerpo, pensaba ella, esta noche puede ser acariciado por las manos de un hombre; aquella idea le incitó para la masturbación, algo que hizo con mucho orgullo; sus manos acariciaban su clítoris y, mientras le llegaba el orgasmo, su cuerpo y su corazón, estaban pendientes de Luís Arango.
Todo estaba bien, con la salvedad de que le había mentido a su madre; pero era una mentira piadosa, como ella pensaba en su interior. Si la mentira evita, en el caso de su madre, el dolor del alma, seguro que Luz se sentía en paz consigo misma.