E l Mago, pese a su cansancio se sentía cómodo; estaba pagando el hermoso tributo de su popularidad pero, lo hacía muy a gusto. Todos querían seguir preguntando. El coordinador, a sabiendas de las altas horas de la noche que estaban viviendo, pidió a los periodistas que cesaran en sus preguntas porque, Rodolfo estaba cansado y lo que es peor, muy dolorido. Pero fue el mismo Mago el que dijo que podían continuar, que entre el día y la noche no deberían de existir fronteras. Los periodistas, gozosos, continuaron conversando con el diestro mexicano.
- Maestro, ¿no ha lamentado nunca no tener hijos para que su estirpe no se acabe?
Nunca pensé en eso; tampoco tiene importancia porque cada ser humano es distinto e irrepetible; sea hijo mío o del primero de ustedes. Piense usted que el hecho de que hubiera tenido un hijo eso no certificaría nunca que fuera como yo; podría haber sido mejor, o quizás peor; es algo que nunca sabremos.
-Don Rodolfo, ¿por qué no se queda para siempre junto a nosotros?
No crea que no lo he pensado. En estos pocos meses que ya llevo entre ustedes, he recibido más justicia respecto a mi arte, que la que he recibido en tantos años de lidiar en México; allí me costó casi treinta años que se me reconociera artísticamente, mientras que acá, en tan poco tiempo, me han dado ustedes toda la gloria que un ser humano y torero, pudiera soñar. Digamos que, a partir de ahora, mi vida se circunscribirá entre México y Colombia, lo prometo.
- ¿No cree usted que es un castigo que, tras tantos años de lucha por su parte, ahora, con sesenta años a sus espaldas esté gozando del éxito que la vida siempre le negó?
La vida no me negó nada; digámoslo claro, fueron algunos hombres, quienes quizás por envidia, quizás por torpeza, me pusieron mil trabas para que mi arte no resplandeciera; no quisieron convivir conmigo, con mi arte y mi humildad y, desde el primer brilllo me quisieron destruir. Pero, fíjese, nunca es tarde para el amor, para el éxito, para el reconocimiento. Dios sabe lo que hace, porque y cuando.
- ¿Qué tiene usted, maestro, que nos ha cautivado a todos?
No se. Supongo que un don, que Dios me regaló para que haga felices a los demás. A partir de esto, puedo contarle que soy dueño de una convicción inmensa en mis quehaceres, en mi forma de ser y actuar que, por consiguiente cala en el gentío; no finjo nada, soy el que ustedes conocen, con defectos y virtudes, por eso soy “ El Mago ”, así de sencillo como así de gratificante. Sigo creyendo que, para cautivar, hay que amar y, desde el primer día que llegué a Colombia, el verbo amar se instaló en mi corazón para todos ustedes.
El día que lo llame Dios, ¿qué herencia dejará usted al mundo?
Mis faenas y creaciones artísticas. Ellas quedarán para que, generaciones venideras - si es su voluntad -, comprendan que, en un momento de la historia humana, pasó por la vida un tipo llamado El Mago, un ser humano sencillo, que del arte del toreo y la humildad hizo su forma de vivir.
-Soy Gabriel, maestro. Lo estoy escuchando y entre todo lo que usted cuenta y lo que he leído sobre su persona; si le parece, Rodolfo, mucho le agradecería que nos reuniéramos en mi casa, para tratar de inmortalizarlo, con mi pluma, en una novela que cuente su apasionada vida. ¿Qué le parece la idea?
Y antes de que contestara el Mago, una gran ovación atronó en la sala. El público allí congregado había aceptado con orgullo que, el narrador más carismático de Colombia reparara en este maestro torero para su próxima novela, precisamente, para contar la vida de un diestro singular y carismático como Rodolfo Martín El Mago.
-Don Gabriel, - respondió el Mago - el honor será mío. Pensar que mi humilde persona pueda ser motivo para que usted reparase en mí para escribir una novela taurina, teniendo como eje mi existencia, es la dicha más grande que pudiera llevarme de Colombia. Quedo a su entera disposición; quedo a sus órdenes. ¡Muchas gracias señor¡
Y de tal modo finalizó una rueda de prensa verdaderamente apasionante en la que, periodistas, aficionados, el escritor y el propio diestro compartieron una velada inolvidable, justamente, por el calor que las “avanzadas horas” de la noche le imprimieron a la reunión. |