L a cara de Asunción mientras escuchaba al Mago era digna de ver; el escritor palpaba en el ambiente la actitud viva, de su futuro personaje, mientras éste mismo pronunciaba su oratoria en torno a lo que habían sido los capítulos, más humanos de su vida.
La sinceridad de Rodolfo cautivaba al novelista.
Toda la vida llevaba imaginando historias, creando situaciones para sus novelas, dibujando personajes de todo tipo y, por vez primera sentía que una historia real lo cautivaba por completo. Gabriel Asunción, compartía eso que suele decirse , acerca de la realidad, que siempre supera a la ficción, como sucedía con los pasajes de la vida de Rodolfo que estaba escuchando y que así lo evidenciaban. Ciertamente, el narrador colombiano tenía frente a sí mismo al “autor” de la que sería más tarde, su obra más llamativa, sobre toros, amor, humanismo, arte y, que en consecuencia, engrandecería la mítica figura de un personaje tan carismático como es Rodolfo Martín, El Mago.
Y así, proseguía El Mago su alocución:
- Le cuento que Dulce Amor se cansó de mí porque, tras vivir un apasionado frenesí un día me pidió que nos casáramos y, decliné su oferta. No, le respondí. Y a partir de ahí se enfrió todo de una manera lánguida y, lo que era el más bello amor quedó todo en el vacío de la nada. Yo no estaba dispuesto a sufrir – otra vez – el desasosiego que me produjo la gringa. La experiencia me resultó muy negativa y, por nada del mundo me volvería a casar; fíjese – sentenciaba El Mago – que ni con Dulce Amor me atreví a intentarlo de nuevo.
Lloré mucho en nuestra despedida; ella merecía lo mejor y yo no se lo quise dar. Ella vivirá eternamente dentro de mi corazón porque a su lado pasé unos años muy felices. Junto a ella saboreé la ternura de su amor, el placer de su sexo bellísimo, la comprensión más absoluta; un modelo de mujer que, de no haberme pedido matrimonio quizás hubiésemos compartido toda la vida juntos. Pero el destino estaba escrito y nada pude hacer. Yo no era la clase de hombre que ella buscaba; seguro que quiso moldearme para el matrimonio y, por dicha razón supo amarme, consentirme, ayudarme, valorarme y entenderme. Llegado el momento que ella soñaba todo se nos vino abajo. Me considero culpable.
Dulce es un ser humano de unas dimensiones extraordinarias al que yo no quise entender ni supe valorar; posiblemente debí aceptar casarme con ella, pero no tuve fuerzas; era un compromiso tremendo que, por mi anarquía y forma de vida un tanto absurda no supe aceptar.
En aquella decisión seguro que dejé en el camino lo más bello que me había sucedido en la vida. Designios de Dios, quiero pensar. Me abandonó y la entendí. Lloré mucho su despedida. El día que nos despedimos, sin duda alguna, podemos darle el calificativo de haber soportado ambos el peor castigo que la vida nos imponía.
No sé qué habrá sido de ella. Al despedirnos le deseé lo mejor, que la felicidad la acompañara siempre porque, si como mujer era bellísima, en calidad de ser humano no tenía precio por su bondad y generoso corazón. Pasado el tiempo, hasta me pregunto si acerté o me equivoqué; no quiero ni pensarlo.
Lo que sí tuve siempre muy claro es que, como a mí me sucedió, el matrimonio sigue siendo la tumba del amor; un amor verdadero, como el que ella me hizo sentir, sospecho que no necesita del refrendo de papel alguno; eso que dice la canción, “soy tuyo porque lo dicta un papel” me parece un acto apocalíptico.
A fin de cuentas, como se comprueba, el amor jamás murió, sospecho que, quizás en su caso cambió de lugar. Desde aquel momento vivo con su recuerdo. He estado con muchas mujeres, amé al momento, tuve sexo con muchísimas damas, pero nadie ha logrado borrar de mi corazón la imagen de aquella bella muchacha que, harta de mi anarquía decidió alejarse de mí con todo su dolor, pero con toda la fuerza de su razón.
Cuento esta experiencia como algo bellísimo, sin duda, lo más hermoso que me ha ocurrido en mi existencia y, a no dudar que, será lo que guardaré siempre dentro de mi corazón. Cuando se ha amado con esta pasión y el frenesí que yo tuve la dicha de sentir junto a Dulce Amor, estoy convencido que el olvido no llegará jamás; sino, más bien vivirá para siempre dentro de mí ser el recuerdo de lo vivido y, dentro de mi corazón, que tanto la amó y también, estoy seguro que lo hará dentro de su amante corazón.
¿Qué habrá sido de ella? ...
Esto me lo pregunto muchas veces; quizás ella sepa de mí por mi condición de personaje popular, pero yo no supe más de ella. Han pasado algunos años y, ciertamente, me gustaría volver a encontrarla para fundirme con ella en un interminable abrazo, para entregarle mi amistad y mi cariño puesto que, tras todo lo que vivimos juntos, hasta considero que vivo en pecado mortal ante el hecho de permitir que se alejara de mí del modo que lo hizo.
No soy un tipo al uso común y corriente, algo que lamento en muchas ocasiones.
El precio que pago por existir es muy duro; y no estoy buscando culpables puesto que si hubiera que imputarle la culpa a alguien, sería tan solo a mí y a nadie más. |