T ras el bello encuentro con Gabriel Asunción Juárez, El Mago regresó al hotel con una alegría desbordante. Jamás pensó que su figura pudiera ser motivo de inspiración para un escritor como el citado, una figura mundial de las letras que, reparó en el diestro mexicano; resultaba, todo un lujo para este hombre que, pese a su grandeza como artista, su vida discurrió siempre por los senderos de la humildad; nada ni nadie logró envilecerlo para su dicha personal y, sin duda alguna, también para dicha de tanta otra gente que lo conocían y admiraban. Seguramente por ello, por atesorar dicha virtud, es que el novelista colombiano quiso inspirarse en un personaje de su magnitud humana y artística.
Tras todos los acontecimientos vividos por El Mago desde que llegó de forma “milagrosa” hasta Colombia y de forma concreta a la ciudad de Cali, en el hotel sabían que albergaban a un personaje que concitaba la atención de todo el mundo.
Más que un torero, El Mago era ya una leyenda en esta ciudad.
Si tras el accidente, del que sobrevivió y por el cuál la televisión, se encargó de difundir su imagen, convirtiéndolo en el personaje más conocido de Colombia y, sin duda alguna, en muchas partes del mundo más.
Tras su éxito como artista del toreo, Rodolfo Martín era, posiblemente, el hombre más admirado y conocido del país.
Hasta temían que un día pudiera marcharse de vuelta a México.
El Mago, caló muy hondo en el sentir de la gente vallecaucana y por esta condición, ellos lo sentían como un hermano más, de ahí la admiración y cariño que le profesaban.
El conserje de hotel le entregó al Mago la correspondencia que le había llegado.
¿Cómo tantas cartas si a mí no me conoce nadie? - preguntó Rodolfo al conserje -.
Eran cartas de admiradores que, mediante la letra escrita le querían mostrar su gratitud. Muchos aficionados que no habían podido saludarlo le enseñaban, de tal modo, lo que sentían por su persona. Es cierto que, por el efecto natural de la popularidad que el diestro alcanzó en Colombia, su hotel era pasto de los periodistas que continuamente lo acechaban. Para ellos, El Mago era – o podía serlo – siempre noticia. Claro que lo más les gustaba a todos los periodistas, no era otra cosa, que la propia naturalidad del torero. No había divismo en su persona. Rodolfo era, ante todo, un huésped más en el hotel que, ciertamente, se había convertido en su casa.
Y la vida de Rodolfo, como siempre y para no variar, tenía que estar rociada de grandes sorpresas que, para bien o para mal hacían que la vida al diestro le resultara apasionante vivirla; siempre lo fue, por muchos motivos, pero ahora todo lo que hacía El Mago tenía mucha más relevancia.
Y a tenor de esto, el director del hotel le anunció al diestro que, en el jardín situado en la parte posterior del hotel había una señora que quería saludarlo; llevaba toda la mañana esperándolo y, dijo que, no pensaba marcharse de allí, sin abrazar al que era su ídolo.
Se llamaba Ingrid Correa “Morenita de Bogotá”.
Había sido torera y era contemporánea del Mago; ambos, lejanos y distantes, habían vivido en los mismos años ilusiones y quimeras, pero jamás se habían conocido.
Ingrid fue novillera durante varios años y, si difícil ha siempre la profesión para los toreros de sexo masculino, en general, para la mujer, - en aquellos años - , su aventura sonaba a la locura más grande.
Ingrid presentaba un aspecto desaliñado; era guapa puesto que de joven ostentaba una belleza casi exótica, pero los años la habían golpeado muy fuerte; apenas era el reflejo de lo que había sido una bellísima mujer que había soñado con la gloria taurina.
Y allí, la encontró El Mago, sentada en aquel banco del jardín, sosteniendo un libro entre sus manos y pretendiendo esbozar una sonrisa. Cuando vió que El Mago se acercaba a ella, una especie de escalofrío recorrió su cuerpo. Ingrid, como torera que había sido y aficionada cabal a la fiesta de los toros, había seguido la carrera de Rodolfo desde sus mismos inicios; los aficionados saben de todos los recovecos de cualquier diestro, sea del país que fuere y, en honor a la verdad, El Mago nunca resultó indiferente para nadie en su México natal y, más aún, habiendo trascendido las fronteras de su país.
Ingrid estaba a punto de cumplir y hacer realidad lo que durante tantos años había soñado, abrazar al Mago y mostrarle su admiración y respeto.
Pudo haberlo hecho mucho tiempo antes; puesto que, El Mago ya llevaba varios meses residiendo en Cali y, en honor a la verdad, este “correleguas” mexicano siempre ha sido un hombre muy cercano para todo el mundo, pero ella supo esperar y elegir el momento del encuentro para, sin pretensión alguna, mostrarle su admiración y cariño y conversar con el diestro, hasta contarle sus experiencias como torera. |