A brazada como estaba junto al Mago, Ingrid lloraba su pena.
Posiblemente necesitaba ese consuelo de alguien que la pudiera escuchar sin juzgar, para contarle sus penas y, nadie mejor que Rodolfo Martín, un torero reconocido y artista taurino, para comprenderla.
Se notaba que era mucho el dolor que anidaba en su cuerpo.
Frustraciones de todo tipo se habían dado cita en su vida y, lo peor de todo es que no logró lo que era su sueño; desperdició su existencia en la búsqueda de un imposible.
El Mago estaba pasando por un trance amargo escuchándola; y no es que nos los hubiera pasado antes o no estuviera acostumbrado, pero se trataba de una mujer que, como una heroína consagró su vida en aras de una ilusión y fracasó en su empeño; y su peor fracaso no fue otro que el desprecio con el que le pagaron, con las humillaciones que le hicieron sentir.
Eran muchas cosas que, inevitablemente, Ingrid quería contárselas a su interlocutor, sin duda alguna, era el que mejor podría escucharla; no sabía El Mago todo el bien que le estaba haciendo a dicha mujer; sin pretenderlo estaba siendo el bálsamo para el alma de aquella dama que, hastiada de la vida y pasados los años, no encontraba consuelo para sus penas.
- No llores, le dijo el diestro.
- Ahora, Rodolfo, lloro de felicidad al ver que me estas escuchado; al poder abrazarte y sentirte a mi lado.
Todo es ya pasado, amigo; nada tiene solución. Mi vida discurrió por los senderos más insospechados, pero de forma lamentable, por los más inadecuados. Pude haber cursado unos estudios en mi juventud pero, ya viste, me pasó como a ti; quise de un imposible hacer mi vida.
En tu caso, Rodolfo, todavía tuviste tiempo de “rectificar”; es decir, de lograr que te permitieran ser el que siempre fuiste; mi caso ha sido de otro modo. La vida me negó todo, los hombres me humillaron y ahora, con cincuenta y cinco años ¿ qué tengo?, ¿dónde voy?, ¿qué hago? ¿cómo será mi futuro?.
Mil preguntas, Mago, a las que no hallo respuesta.
Seguí desde siempre tu carrera; aquella vez que te tiraste de espontáneo en La México con aquel diestro español que no recuerdo su nombre; aquella y otras muchas, como todos sabemos. Siempre fuiste mi ejemplo; un caso de perseverancia infinita que te ha llevado al lugar que siempre mereciste y al que antes de eso, siempre te negaron.
Te juro Rodolfo que seguía por los periódicos tu carrera y, la misma era la que me daba fuerzas para seguir; pero yo tenía un hándicap que tú no tenías: era mujer y por dicha razón lo pagué muy caro.
Por momentos me sentí la puta de todos; yo era, para la inmensa mayoría de los taurinos un claro objeto de deseo con el que saciaban sus instintos sexuales; pero lo más sangrante es que yo creía en las promesas que me hacían en la cama; hasta en eso fui una fracasada.
¿Cómo se puede creer a un hombre que te promete cosas en la cama mientras está haciendo el amor?
Así de ingenua fui, maestro.
Yo quería triunfar en los toros; hasta salí en hombros en una novillada que toreé en Bogotá, la única vez que actué en La Santa Maria de Bogotá. Al pensar en el éxito, Rodolfo, ni las cornadas me dolían; todo lo daba por bien empleado; si aceptaba acostarme con empresarios, las cornadas eran mucho más livianas que la humillación que me dieron aquellos tipos que me vejaban el cuerpo y laceraban mi alma.
Después de todo, fíjate, hasta me marqué como meta, en el peor de los casos, convertirme en matadora de toros y, después de ello, abandonar la profesión. Fueron, como te dije, casi veinte años de lucha, de sacrificios tremendos y, no pudo ser; el empresario canalla que me prometió darme la alternativa, tras acostarse conmigo muchas veces, siempre con la promesa del doctorado, todo eran mentiras y patrañas; solo le interesaba mi cuerpo para follar porque la promesa nunca llegó.
Viví junto a la mentira, el fraude, el engaño y la burla permanente en un mundo machista que, como se comprobó, lo pagué muy caro Rodolfo. Yo creo que merecía mucho más; mi actitud como torera lo demostré en todos los ruedos en los que actué; ni las cornadas me hicieron mella, pero si derrotó mi ser el comportamiento que me dieron; humillaciones constantes fueron las que me obligaron a alejarme del mundillo del que, como sabes, solo guardo rencor; y te lo digo llorando, pero es la pura verdad; a ti no puedo mentirte, Rodolfo; tú sabes de esto más que nadie y tengo la certeza de que me comprendes como nadie me ha entendido jamás.
Por querer ser lo que nunca fui, fíjate los trances por los que pasé; por dicha razón, amigo, entiendo a toda aquella persona que quiera ser torero; hombre o mujer, no me importa. Pero sí sé, del grado de ilusión que le puede correr por las venas, a cualquier ser humano que quiera ser torero. |