E l Mago quedó estupefacto ante las confesiones de Ingrid; ni reaccionar podía.
Era mucho, el dolor que albergaba ella dentro de su alma; aquello de querer ser figura del toreo y, lamentablemente, pasados los años, estar saboreando el fracaso, era cantado que su desdicha no podía ser mayor.
Ingrid, nada dejó por hacer; incluso hizo lo que no debería haber hecho, para alcanzar el éxito y, aún así no lo logró.
Rodolfo Martín, además de torero artista, tenía unas dotes sobrenaturales de humanidad en su personalidad.
Él por lo general era un espíritu conciliador por donde anduviera y, además “tocaba” a cada cuál en lo profundo de su corazón, como lo haría un agitador de conciencias; haciendo que su verbo inspire un nuevo despertar en el alma de aquella persona que tenía enfrente.
En este caso, su tarea era dificilísima; puesto que consolar a quien no tiene consuelo, es casi como una quimera.
Había pasado el tiempo de forma inexorable para Ingrid y también para todos, pero ella había consagrado su existencia a su profesión y, un mal día, comprobó que todo había sido en vano; ya que ni tiempo para el verdadero amor invirtió en su azarosa vida.
Dada la talla humana de El Mago, éste tomó como suyo el sentir de Ingrid. Pero, ¿ qué podía hacer por esta dama ?. Este era el problema.
Él se adentró en el ser de ella de forma apasionada y no tenía fuerzas para dejarla librada a su suerte.
-De momento te quedas conmigo, dijo El Mago. Algo se nos ocurrirá. Pienso que Dios no nos abandonará; como sabes, situaciones peores hemos superado.
-¡Rodolfo, por Dios! – exclamó Ingrid - Tú tienes tu mundo, eres un ídolo en Colombia y por allí por donde caminas; yo soy, la Morenita de Bogotá, una mujer fracasada que quiso triunfar en el mundo de los toros y no lo logró . Sinceramente pienso que, seré un estorbo para ti; es más, hasta creo que te mirarán con recelo si ven que me ayudas; o pensarán otras cosas que quizás sea peor. No quiero cargarte con mis fracasos, Rodolfo. Escuchándome creo que ya has hecho bastante. Guardo dentro de mi corazón tus lindas palabras que, llenas de respeto y cariño tanto me han reconfortado. Para mí siempre serás El Mago, dentro y fuera de los ruedos.
-Tranquila, Ingrid; tú te vienes conmigo. No me preguntes ahora qué haremos; ni yo mismo lo sé. Pero presagio que algo se nos ocurrirá para enderezar el rumbo de tu vida; ¿qué digo de tu vida?. ¡La de ambos!. Como sabes, tras tanto tiempo saboreando el fracaso, sólo en los últimos meses he tocado la gloria con mis manos y, ha tenido que ser aquí, en Cali, el lugar donde he tenido uno de mis éxitos más apoteósicos; pero no tanto ya dentro del ruedo, sino más bien, a nivel popular por haber sido un personaje reconocido y admirado en base a una tragedia – como fue aquél lamentable accidente de avión que protagonicé – y que, como has visto, gracias a él todos hoy, me ayudan y me admiran.
- Todo eso que me comentas, amigo; tal vez sea así, como tú dices y valoro muchísimo tu honestidad, pero – decía Ingrid con lágrimas en los ojos – como te dije antes, tú mereces todo igual, porque tu vida ha sido un ejemplo de constancia, dedicación, entrega, convicción y amor hacia la causa de los toros que, aunque tarde, como dices, te ha permitido saborear las mieles del éxito.
El Mago la escuchaba atentamente, pero él todo en su vida lo hacía a impulsos de su corazón.
Y en su interior hasta se preguntaba cómo podía ser posible que, en un “rato” que hacía que había conocido a Ingrid, la trataba como si hubieran convivido una eternidad juntos; no le hallaba respuesta lógica a lo que le demandaba su corazón ante aquella mujer que, como ella misma había confesado, sólo el fracaso certificaba su existencia. Sin duda ésta, era una sensación nueva para El Mago.
Desde que llegó a Colombia, tanto el Presidente del Gobierno como las más altas personalidades, todos quisieron arroparlo; las pruebas así lo certifican; desde sus apariciones en TV, las conferencias a las que asistió como ídolo de masas y todos los actos en que fue protagonista, todo estaba rociado del más bello glamour; algo que Rodolfo nunca antes había conocido.
Sin embargo, lo que le había llegado hasta el fondo de su alma era la historia de Ingrid.
Cualquiera, en su lugar, la hubiera saludado atentamente y, la historia junto a dicha mujer terminaría con dicho saludo.
Pero Rodolfo era hijo del pueblo y jamás desdeñó de los suyos; en realidad, de los que siempre formó parte, de los luchadores por lograr un mundo mejor. Por dicha razón quedó cautivado en su alma con la historia de Ingrid, un ser humano, demasiado humano quizás y en consecuencia admirable y digno de comprensión como cualquier otro, que creía que, su único y mayor pecado consistía en no haber logrado el éxito que se había propuesto.
No, de ninguna manera dejaría El Mago que Ingrid siguiera corriendo sola a merced de su nefasta suerte. Una vez más se sentía “mago“, pero en toda la extensión de la palabra. Y además, se trataba de un ser humano que, para mayor empatía, era homónimo en su profesión, razón por la que inevitablemente, tras conocerla le tomó cariño y la sintió parte de su ser, de su vida toda.
Un torero lo es siempre e Ingrid era torera y lo sería eternamente.
Ciertamente, si algo une a los seres humanos no es otra cosa que la propia vida de algo que se ama, en este caso, el mundo de los toros al que, Ingrid y El Mago, cada uno con su suerte, consagraron su existencia a tal menester. |