L a vida es caprichosa y, en ocasiones produce unos giros insospechados.
Ingrid y El Mago, hasta hace dos meses atrás no se conocían para nada; ella sí sabía de la existencia de él pero, para el Mago, Morenita de Bogotá era una auténtica desconocida.
Es evidente que, ha girado locamente la ruleta de la vida, para que llegara El Mago a Colombia y, en las postrimerías de su estancia en la capital vallecaucana, como por arte de magia apareciese Ingrid con la ilusión de saludar y abrazar al Mago, ese torero al que tanto ella admiraba. Ellos no podrían haber sospechado que ocurriría esto que ahora están viviendo. Ni en sueños hubieran pensado que, tras aquel encuentro, ahora estarían juntos y, lo que es mejor, susurrándose al oído bellas frases de amor. La noche era linda. Un cielo estrellado era el testigo de aquella conversación entre El Mago y la torera.
Era ya muy tarde y, ambos tenían el deseo de dar un paseo en la mitad de la noche. Apenas había viandantes, ruidos y nada que se le pareciera; todo era casi un silencio sepulcral que servía como testigo de lo que aquello seres estaban sintiendo.
Durante mucho rato, cogidos de la mano, sin mediar palabra, pero mirándose a los ojos, caminaban sin rumbo. No había prisa; eran dueños de su tiempo y, a su vez, de su propio destino. Ingrid estaba bella; los años no hicieron mella en su ser. Su figura seguía siendo bonita; su cuerpo demostraba que, pese a todo, se había cuidado en la medida que las circunstancias le habían dejado.
Durante muchos años, posiblemente, su más grande cuidado con su cuerpo vino dado por la escasez de medios con los que contaba; muchos días, apenas tenía para comer. Todo a causa de su vida bohemia, la que ella había elegido aferrada a sus propias ilusiones que jamás se concretaron. Sin embargo, en estos años de penurias y miserias, Dios estaba con ella; no engordó en lo más mínimo y, hasta parecía aquella muchachita ilusionada que, un día, hasta creyó que podría tocar el cielo con sus manos gracias a su profesión.
De regreso de su paseo, muy cerca del hotel, en una zona de penumbra, como si de dos adolescentes se tratase, de repente, ambos se detienen y, sin mediar palabra, Ingrid abraza a Rodolfo y sella un apasionado beso en sus labios. El escalofrío del amor recorrió sus cuerpos; no daban crédito a lo que estaban viviendo. Una y otra vez acariciaron sus labios y, en un interminable abrazo lleno de amor, se quedaron amarraditos los dos, el uno junto al otro.
–Rodolfo, ¡te amo! –susurró Ingrid al oído del Mago – . Me siento completamente enamorada de ti. ¿Qué me has dado, amor ?. Ahora mismo , si me lo permites, quiero rezarle a Dios, para darle las gracias por todo lo vivido puesto que, por el solo hecho de haber llegado hasta ti, todo ha merecido la pena.
Ingrid miraba al cielo como dándole gracias a Dios por lo que estaba viviendo. Un milagro, no podía ser de otro modo, se repetía una y mil veces ante lo que estaba sucediéndole en su vida. Atrás quedaron humillaciones, vejaciones, engaños, malos tratos y desprecios de toda índole que, por ser mujer, tuvo que soportar. El machismo, en el mundo de los toros, como ella comprobó, sigue siendo el arma más destructora para el ser humano y, mucho más, si éste viste de mujer.
- Soy yo, Ingrid mía, el que estoy en una nube. No puedo creer lo que me pasa. Como te dije, bonita mía, lo que yo pretendía era hacerte feliz dándote la alternativa, ya que esto es lo que ha sido el motivo de tu existencia y, ahora, por un bello lance del destino, mira dónde estamos. ¿Qué nos pasó?. No me digas nada; como ayer te dije, sobran las palabras. Soy demasiado dichoso al verme a tu lado. Perdóname, Ingrid; soy yo el que tengo miedo de no estar a tu altura en el amor. Igual mañana tengo que irme a México que, allí está mi gente, mi madre de forma concreta y, desde este instante, no quiero imaginarme mi vida sin ti. Ni alejarme amor, de ti ni un segundo.
En el otoño dorado de nuestras vidas, Ingrid, ¿cómo podría siquiera haber imaginado lo que sentimos?; peino muchas canas como estás viendo, pero siento la emoción de un chamaquito que ha conocido a su primera chamaquita de la que se ha enamorado feliz. Me ilusionó ayudar a la torera que llevas dentro y, ahora, me fascina la mujer que tengo a mi lado. Me siento feliz como un niño. Y no logro comprender cómo en tan poco tiempo nos ha invadido tanta magia.
Acurrucados el uno junto al otro como estaban, Ingrid y El Mago habían decidido pasar la noche juntos. Era mucho amor el que sentían y el que deseaban entregarse el uno al otro.
La habitación del Mago sería testigo de una noche mágica y llena de amor entre dos seres que habían decidido amarse sin condición. |