N o había más preguntas entre ellos. Decidieron, pasar la noche juntos y, ante todo, vivir cada minuto de su existencia como si fuera el último.
El mañana no interesa, pensaban al unísono.
No hacían planes para el futuro. No cabían; no los necesitaban.
Estaban viviendo un momento intensísimo y, desperdiciarlo en conjeturas sería un acto infame. Ingrid y El Mago estaban felices y, ante todo, nerviosos; parecían dos adolescentes. Entraron a la habitación del Mago y, temblaban; daba la sensación que era la primera vez que sentían el amor y, deseosos de gozar del sexo, vibraban intensamente, a la par uno del otro.
Eran, ante todo, un hombre y una mujer enamorados. ¿ Qué dicha podría ser más grande?. Sentían, en su interior que era la primera vez que entre ellos, iban a tener sexo; y, tal como dos jóvenes primerizos sentirían; no acertaban a comprender todo lo que les iba sucediendo. De que era algo muy bello, estaba clarísimo.
Ingrid, sabía del sexo, pero lo sabía desde sus ancestros más repugnantes; al haber optado acostarse con ciertos hombres para lograr lo que no pudo hallar: el éxito.
Era por lo tanto algo sucio para ella; ni orgasmos tuvo nunca con aquellos seres aberrantes que a su vez, no eran mejores personas que ella, ya que la trataron como si fuese un un vil juguete. Respecto al Mago, otro tanto de lo mismo.
Habiendo fracasado en un matrimonio infame, durante toda su vida, sexualmente, se tuvo que saciar con las mujeres de la vida, algo placentero para un segundo, pero sin el menor atisbo de amor.
Y es entonces en este preciso momento, de esta noche bellísima en la que, Ingrid y El Mago, arrebatados por el más bonito amor sentían algo nuevo, una sensación jamás antes sentida y de la que querían gozar por completo. Sus corazones palpitaban a velocidad de vértigo. Era ya muy tarde y, ridículamente, una vez dentro de la habitación pretendían conversar; porque sentían miedo “escénico”; y, aturdidos como estaban, de sus labios no salía palabra alguna; eran sus miradas la que hablaban; esos ojos enamorados los que pronunciaban el lenguaje del amor; ése que no necesita de palabras para decirlo todo.
Sentían rubor el uno ante el otro y, fue Ingrid la que tomó la iniciativa.
Rodolfo la miraba con ojos de encanto; y, no daba crédito a lo que estaba viviendo. Estaba con una mujer que, además de todo lo que pudiera esperar un hombre de ella, tenía la certeza de que la amaba por completo; no era el “clásico” caso de los amoríos que El Mago solía encontrarse en el camino de su azarosa vida. Es por ello que , la sensación que sentía era irrepetible, mágica, única y genial.
Nunca antes había sentido nada igual; hasta se acordaba de su matrimonio con la gringa y, nada que ver; aquello tuvo tintes amargos y, a fin de cuentas, él no recordaba nada bello al respecto. Sin embargo, ahora, en este momento, vibraba como un muchachito que conoce por vez primera a su enamorada del alma.
Ingrid se abalanzó junto al Mago y, con un apasionado beso selló aquel bendito amor. Como toda enamorada, Ingrid, cerró los ojos mientras besaba al hombre que amaba y él, enardecido como estaba, desde su interior, le daba gracias a la vida por haberlo llevado hasta allí con esta bella mujer.
Si Rodolfo desprendía magia, Ingrid se la arrebató por completo; ambos, enamorados y envueltos en el manto de dicha magia, estaban gozando de un momento inolvidable, una sensación que, con el permiso de Dios gozarían en muchas más ocasiones.
Ingrid, con la sensualidad y la ternura que la caracterizaba, se desnudó lentamente.
El Mago estaba excitado; si acaso, más desde dentro de su alma que en su propio cuerpo. Hasta este momento, Rodolfo miraba a Ingrid con los ojos de la admiración por la profesión que había elegido; ahora, en este preciso momento, estaba viendo y admirando a la mujer, una hembra bellísima con una piel suave, morena y, con una ternura fuera de lo normal.
Su corazón se le salía del pecho.
Aquellos ojos azules, su pelo negro, su tez morena y aquel cuerpo bello, dejaron a Rodolfo sin palabras y, casi sin aliento.
-¿Será un sueño lo que estoy viviendo? – se preguntaba desde su interior -
Era una realidad maravillosa.
Una vez Ingrid se había desnudado, con delicadeza y orgullo de enamorada, desnudó - muy despacito - al Mago.
Juntos y con el “traje” del amor en sus cuerpos, se extasiaron por completo.
Querían decirse cosas; nada era posible. Eran sus ojos, sus cuerpos los que lo decían todo. La escena, por repetida en millones de enamorados por el mundo, era totalmente nueva para ellos y, de tal modo la gozaban. Un mundo de caricias formaron entre ambos para que su gozo fuera total.
Se abrazaban, se amaban, se adoraban, sentían sus cuerpos juntos y, la eclosión del amor fue inigualable.
Y siguieron sobrando todas las palabras porque esta vez, hablaban sus cuerpos. |