H abía amanecido un nuevo día y con sus ilusiones a flor de piel, los enamorados se disponían a afrontar la nueva jornada atendiendo todos los compromisos que tenían pendientes; todos los que demandaba su profesión y, ante todo, la puesta a punto para el evento que dentro de breves fechas los esperaba que no era otro que, ambos, por vez primera, - un hombre y una mujer - se jugarían la vida frente a un toro bravo. El Mago doctoraría a Ingrid como matadora de toros y, esa ilusión los mantenía vivos y, lo que es mejor, enamorados.
En este singular día después de aquella noche de amor, ambos estaban invitados a la finca de Ernesto Gutiérrez que, gentilmente les había ofrecido un toro para su lidia y muerte, y que le serviría de preparación a Morenita de Bogotá. Llevaban muchos días de entrenamiento y, en aquel momento cuando llegaron a la finca, al ver el toro que tenían preparado para el evento de práctica, El Mago se quedó sin aire en los pulmones; tan solo pensar que Ingrid tendría que enfrentarse a aquella fiera lo dejó sin aliento. Ella, por el contrario, se sentía feliz y dichosa. Si en realidad sentía miedo, lo disimulaba muy bien. Ciertamente, podía más su ilusión al pensar que haría realidad el sueño que toda la vida la alimentó y, seguramente, por dicha razón, su miedo estaba contenido.
El toro se llamaba “Glorioso” y, una vez en la plaza de tientas de la finca, se comportó haciendo honor a su nombre; ofreció una embestida pastueña para su lidiadora que se sintió la más dichosa del mundo con sus trebejos toreros. El Mago, por su parte, toreó a dicho toro con el capote aportando su genialidad para regocijo de los asistentes a dicho acto. A mitad de la faena, Morenita, en un arranque de humildad ante quien que ella consideraba su maestro, le cedió la muleta para que Rodolfo dibujara unos muletazos de ensueño. “Glorioso” parecía hasta dichoso de ser lidiado de una forma tan linda. Una vez de nuevo frente al toro, Ingrid desgranó los muletazos que siempre había soñado y, le pedió a Dios que, el día de su alternativa le saliera un toro como “Glorioso”; ya que eso, sería como tocar el cielo con sus manos. Su faena resultó vibrante, emotiva, cargada de sentimientos y, ante todo, rociada de arte, tanto por su parte como durante la intervención del Mago.
Cuando la faena ya estaba hecha, Ingrid rompió a llorar; eran tanta la emoción que sentía que ni ella misma se lo creía. La bravura del toro fue tanta que, ni El Mago ni Ingrid quisieron matarlo; le perdonaron la vida porque un animal como “Glorioso” debería de quedarse en el campo para padrear y engendrar toros de su estirpe y condición.
Digamos que la prueba de “fuego” para Ingrid, como era matar al toro, no se consumó; pero nada importaba. Ella había sentido la adrenalina del toreo en sus carnes, se mostró capaz de estar frente al toro y, lo que es mejor, convenció a todos los asistentes a dicha “ceremonia”, incluyendo al Mago.
Tras la mágica faena ofrecida por ambos toreros, el ganadero estaba feliz. Pensar que gracias a Ingrid descubrió un gran toro y haberlo podido indultar, lo llenó de gozo. Todo eran parabienes para la torera y, por supuesto, para El Mago que, en sus intervenciones estuvo tan genial como siempre y tan arrebatador como nunca.
Esta pareja de toreros geniales se quedaron todo el día en la finca citada porque el ganadero los quiso agasajar; el privilegio había sido grande para él, ya que, dos toreros como Ingrid y El Mago lidiaran un toro de su camada para exponer su arte y, hasta indultaran al noble animal por su bravura; una acción que, en otras manos, posiblemente, no hubiera sido posible.
Como se dice en el “argot” de la torería, algunos toros no tienen suerte con los lidiadores que les tocan y, “Glorioso” la tuvo toda al caer en las manos de Morenita de Bogotá y El Mago. Una vez concluida la faena, como El Mago le confesara a Ingrid en la noche, recién ahí, cuando ya todo había terminado, él pudo respirar tranquilo.
Ella no entenderá nunca todo lo que Rodolfo sufrió mientras ella toreaba tan bellamente a su enemigo.
Él sabía de la poca experiencia que Ingrid tenía en aquellos momentos y, por supuesto, era conocedor del peligro que ella corría. Durante la lidia, se le salía el corazón del pecho, pero trató siempre de que nadie lo notara y, ella, mucho menos.
Allí pasaron entonces, la tarde en la hacienda del señor Ernesto Gutiérrez y, a su vez apalabraron, con el permiso del empresario, la corrida que se lidiaría en Bogotá para la ceremonia de investidura de Morenita de Bogotá como matadora de toros. |