E n este día partían hacía Bogotá Ingrid y El Mago. La expectación estaba servida. Ante el evento de la alternativa de Morenita de Bogotá se había creado una aureola fantástica. En la capital andina, los círculos taurinos anhelaban la llegada de dicha fecha. Eran muchos los aficionados, que todavía recordaban la época de novillera de Morenita y, para todos era una sorpresa mayúscula que, muchos años después, la torera, quisiera doctorarse en tauromaquia.
Hasta La Santa María, su plaza de toros, se había engalanado para tal acontecimiento. Faltaban tres días para el suceso taurino de mayor relevancia en dicho redondel y, el boletaje ya se había agotado. Ellos no sospechaban, en realidad, la magnitud del evento. Es más, no podían imaginar que pudieran ambos, concitar tanta expectación; a fin de cuentas, El Mago era un torero mexicano que, solo había toreado una corrida en Cali y, respecto a Ingrid, una señora que en su día intentó la aventura de ser torero sin haberlo logrado. Siendo así, ¿ de dónde venía la expectación que ellos habían concitado?.
Es cierto que el empresario había vendido muy bien la idea; la promoción era perfecta; la idea, como tal, subyugante. Todo era muy atrayente y, en realidad, lo que hizo el empresario no fue otra cosa que publicitar muchísimo el espectáculo que había organizado. Desde luego que, alicientes no le faltaban. Cierto es que, la popularidad del Mago era inmensa. Se hizo famoso por la circunstancia del accidente de aviación pero, en los círculos taurinos, su actuación en Cali había dejado constancia de la grandeza artística del diestro mexicano. La "Santa María de Bogotá" la plaza soñada por Ingrid.
En Colombia ahora, no se hablaba de otra cosa. Los aficionados a esta fiesta singular y única se frotaban las manos ante lo que la empresa bogotana había programado. La fecha, aunque fuera de temporada, tenía todos los alicientes de un gran acontecimiento. No todos los días se doctora una mujer en una plaza de toros y, además era la presentación del Mago en la capital colombiana. Se lidiaban de nuevo toros de la misma ganadería que tantas veces habían triunfado en Bogotá, es decir, los toros de César Rincón. Alicientes, los había todos.
Ya, en Bogotá, Ingrid y El Mago se alojaron en un hotel muy cercano a la plaza. Faltaban apenas tres días y ellos querían vivir en directo las emociones previas al festejo. Aquello de fumarse un puro en los aledaños de la plaza, justamente, en los jardines que circundan la misma, era una ilusión para El Mago. Y hacia allí se fueron. Él andaba con su particular sombrero, con su pañuelo al cuello y esa elegancia de la que era dueño y señor. Ingrid vestía informal. Pantalón vaquero ajustado, blusa blanca y, emulando al Mago, también lucía un sombrero muy bonito que éste le había regalado en Cali.
Ingrid tenía una figura espectacular; daba la sensación de una treintañera; su tez era morena, su pelo muy negro, sus dientes blancos resaltaban en su lindo rostro; su físico, todavía muy bello. El Mago, a su lado, se sentía eufórico; estaba con la mujer amada y, para mayor dicha, en poco más de dos días le daría la alternativa a ella. Esa mujer torero, a quien él amaba tanto.
Como era costumbre en El Mago, cada vez que llegaba a una ciudad le gustaba mucho recorrer la plaza por dentro. Ahora no podía ser una excepción y, de la mano de Ingrid, juntos, dieron la primera vuelta al ruedo como un presagio del triunfo que pudiera esperarles, llegado el momento en tan magno día. La imagen era muy linda; los empleados de la plaza dieron toda clase de facilidades para que El Mago y su prometida visitaran el inmueble taurino. Además de la vuelta al ruedo, visitaron la capilla, la enfermería y demás dependencias de dicha plaza. Ambos ya se sentían como en casa. Era tan solo, cuestión de familiarizarse con ese edificio tan emblemático y conocerlo en profundidad.
A la salida de la plaza les esperaban un nutrido grupo de aficionados; se había corrido la voz de que dentro de la plaza estaban los protagonistas del cartel del año, como rezaban los afiches publicitarios y por dicha razón la gente se arremolinó en los aledaños de La Santa María. Unos los abrazaban, otros les pedían autógrafos; Ingrid recibía los más bellos piropos mientras que, El Mago, con su gracia particular, les pidió silencio a todo el gentío que se congregaba en los jardines que circundan la plaza de toros y, subido sobre uno de los bancos de dicho parque, de repente, lanza un “discurso” para los aficionados. Todos quedaron atónitos; nadie se imaginó que el propio diestro, sin protocolo alguno, sin guión, empezó con un monólogo sensacional en el que enfatizaba sobre las maravillas de la fiesta taurina y, de forma muy concreta, trasmitiendo la ilusión que él tenía por debutar en la plaza bogotana; ni que hablar sobre la ponderación que hizo de Ingrid. Allí quedaron todos los presentes anonadados y, sin duda, El Mago se llevó la primera gran ovación en Bogotá. |