L legó el día soñado y, ambos toreros no podían contener la emoción. Esa misma tarde, El Mago le daría la alternativa a Morenita de Bogotá en el ruedo de su propia ciudad. Todo estaba previsto para que fuera un acontecimiento singular y único; ellos lo sabían, de ahí los nervios que los atenazaban, mucho más a Ingrid que, tras varios años sin torear, con tan solo el entrenamiento junto al Mago y, con el toro que ambos torearon en el campo, el bagaje profesional de ella se quedaba muy escaso. Pese a todo, ella se sentía fuerte y, lo que es mejor, totalmente ilusionada, convencida de que afrontaría el reto con dignidad y, ante todo, lucharía por lograr el éxito.
Era muy tempranito y, El Mago e Ingrid salieron la calle para “espantar” sus miedos. Habían pasado la noche juntos; una noche muy especial en la que hicieron el amor hasta la extenuación; ellos sabían que, hacer al amor sería el mejor sedante contra el miedo y, sin duda, para recobrar ilusiones.
Así se les veía por la calle, radiantes, felices, dichosos; regalaban sonrisas por doquier. Justo en los aledaños de la plaza, en el bar taurino por excelencia del barrio, entraron ambos para tomar un cafetito. Les reconocieron de inmediato los clientes y, de pronto se encontraron ambos firmando autógrafos en servilletas, pañuelos, sombreros; cualquier objeto les servía a los aficionados para guardar el autógrafo de ellos dos.
La algarabía que formaron resultó todo un éxito para el propietario del bar que, de pronto, debido a la noticia que los protagonistas de la tarde histórica de aquel día, estaban ahí, en el bar de su propiedad, que de momento se vio invadido por decenas de aficionados; no lo podía creer. Los aficionados, sentían como sus ídolos, les tenían allí de carne y hueso justo al alcance de la palabra y de la mano . La dicha no podía ser más grande. Tanto El Mago como Morenita de Bogotá, eran personas muy cercanas al pueblo; porque ellos provenían desde sus orígenes del mismo pueblo.
El Mago siempre había sido un tipo del pueblo; las cercanías con su gente era algo que lo apasionaba; y, en esta ocasión, no podía ser una excepción. Además, ahora tenía muchos motivos para estar junto a los que él consideraba como su gente; la gente de la calle, esos sencillos aficionados eran los que le daban sentido a su vida; compartir con ellos vivencias e ilusiones era lo que más feliz lo hacía. Ingrid, a su lado, saboreaba idénticos placeres. ¡Mago!... ¡Mago!.... ¡Mago! .... Le gritaban los aficionados. Rodolfo era vitoreado por allí por donde anduviere, sencillamente porque era un hijo de pueblo y porque con él compartía a diario sus quimeras e ilusiones.
Así discurría la mañana y, de la mano de su amadita, se paseó por todas las calles adyacentes a la plaza de toros; si pretendía hacerse publicidad la tarea era vana; el boletaje, estaba agotado. En aquellos momentos no necesitaba de promoción alguna. Y ahora, lo que Rodolfo quería era compartir todo con su amada; hacer justamente lo mismo que hacía en todas las plazas del mundo donde toreaba; también eso, de compartir un tiempo con los aficionados horas, antes del festejo, era una tarea que le apasionaba; escuchar la “voz” de los aficionados fuera de la plaza, él lo había convertido en otra de sus tareas más bellas.
Sin duda alguna, Ingrid estaba viviendo los momentos más bonitos de su existencia. Era una situación tan linda para ella que, jamás lo habría sospechado; ella, en su época de novillera, cada vez que toreaba se recluía en el hotel o pensión donde se alojara y, allí mataba el día hasta la hora del festejo. Allí se tragaba sus miedos, sus angustias y quimeras.
Ahora, lo que vivía junto al Mago le era tan nuevo y sorprendente que apenas podía creerlo. Todo tenía una razón de ser y, como Rodolfo le contó a Ingrid más tarde, aquel paseo antes de la celebración de la corrida, además de compartir con los aficionados, le servía al Mago como el mejor sedante para espantar el miedo. No existía el miedo porque él de este, no se acordaba. ¿Cómo pensar en el miedo cuando compartía momento gratos con su gente querida con sus aficionados cabales?. No existía el miedo; todo era ilusión, anhelos, conversaciones, piropos recibidos, autógrafos firmados; una serie de situaciones que disipaban todo miedo.
Era ya casi el medio día y, ambos diestros se recluyeron ya, en el hotel. Harían un almuerzo muy liviano; ya se sabe que los toreros, los días de corrida suelen comer poco; ensalada y algo de fruta acompañado por un zumo de naranja; todo para que el cuerpo esté ligero.
En la habitación les esperaban sus respectivos trajes de luces. El Mago vestiría, como era preceptivo en su vida, con un traje color naranja y plata; Ingrid, por el contrario, tenía un vestido grana y oro, el color de los valientes. Ambos estrenaban vestidos y, por vez primera en la vida, un hombre y una mujer se vestirían juntos en la misma habitación y, el uno sería el ayudante del otro para enfundarse el traje de luces.
Faltaban pocas horas para el evento. Ilusiones las tenían todas. ¿Qué pasaría más tarde?. |