Me gusta la estancia, austera y sencilla,
la cama, de sobria presencia monjil,
la estera gastada que hay bajo la silla,
la mesa rayada, el viejo candil.
Cuando en ti me encuentro, alcoba cerrada,
los viejos afanes muy lejos se van;
mi alma se siente de gracia tocada,
y sólo en “presentes” mis horas están.
Hay quien sube al monte, quedando a la espera
de ver el eterno, sereno perfil;
yo sigo en la silla que pisa la estera,
mirando las chispas de luz del candil.
Desnudas paredes, penumbras veladas,
amo sobre todo tu simplicidad;
cuando estamos solas, alcoba callada,
siento la llamada de la eternidad.
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