S e hallaba perdido en medio del inmenso mar, solo, lastimado, no sabía bien por qué. Sentía su cuerpo pesado, helado por el agua salada y fría, que le congelaba hasta los huesos. Sus compañeros lo habían dejado atrás, librándolo a su suerte. Muy arriba, nubes inmensas empezaban a cubrir el cielo, tendiendo un manto gris sobre su cuerpo. Sus fuerzas lo estaban abandonando y un escalofrío lo recorría por momentos, estremeciéndolo y dejándolo tembloroso y desvalido. De pronto, a lo lejos, apareció un barco que se acercaba velozmente.
A medida que pasaba cubría el agua con una estela oscura y siniestra. Percibió un olor extraño y penetrante. A su alrededor una mancha negra lo iba cubriendo y un miedo aterrador empezaba a cercarlo. Trató de moverse, pero el líquido aquél, espeso y aceitoso, le dificultaba el movimiento. La rápida embarcación se había perdido en el horizonte. El tiempo parecía haberse detenido.
Mientras se encontraba en esa molesta y angustiante situación, comenzó a caer una fina y suave llovizna. Todas las demás criaturas vivientes habían desaparecido salvo él, atrapado y manchado por esa sustancia pegajosa. Pero de pronto, un ruido lo aturdió. Manos fuertes y ágiles al mismo tiempo, enfundadas en unos abrigados guantes, lo levantaron en el aire. Se halló envuelto en algo tibio y protector. Entonces escuchó una voz, como en un sueño, que le decía: -No temas, ¡ya estás a salvo, pingüinito! Otra voz dijo: -Creo que éste es el último. La embarcación lo llevó lejos de aquel infierno, junto con otros animales de su especie, que también fueron salvados. Algunos no pudieron resistir y quedaron en el camino, perdiendo la vida. 
Allí quedaba el petróleo, derramado por accidente, pero que había causado una tremenda catástrofe ecológica. Cientos de peces habían muerto y sus cuerpos flotaban en el agua salada. Gracias a Dios, hay personas generosas que brindan su tiempo, su esfuerzo y hasta su vida, por salvar otras, sin importar la especie o raza a la que pertenezcan. Cuánto sacrificio y entrega... |