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Autor: José Manuel Pérez Bernabeu
12/02/2015
EL SUEÑO

A

quel verano resultaba más caluroso de lo habitual. Pasaba unos días de descanso en la antigua casa familiar situada en medio de la montaña, rodeada de pinos centenarios, altos cipreses y viejos almendros, disfrutando de la paz que da el campo y del concierto de fondo que proporcionaban  sus criaturas.

Junto a la casa principal y separada apenas unos metros de distancia, se levantaba otra construcción tan antigua como ella. Se utilizaba para guardar la escasa maquinaria agrícola de la época, los aperos de labranza. Comunicaba a través de una pequeña puerta con una estancia para las caballerías. Allí se había instalado, tras su rehabilitación, la biblioteca, ampliamente nutrida con viejos libros heredados y constantemente aumentada por las nuevas generaciones con nuevas adquisiciones. De ella dieron buena cuenta mis hijos, al utilizarla, no solo como sala de lectura, también para estudiar, además de mantener en ella charlas y debates acalorados durante horas, en muchas ocasiones, hasta bien entrada la noche. Yo tenía  la costumbre de refugiarme allí para pensar aprovechando la tranquilidad existente.

Siempre fue mi lugar favorito para practicar el noble arte de la siesta, sentado en mi vieja mecedora de nogal. Tan vieja como la propia casa y encolada  no recuerdo bien cuantas veces. Este pequeño santuario personal, de unos treinta y cinco metros cuadrados, también tenía algo de museo familiar. En él se conservaban algunos documentos antiguos y varios cachivaches con historias de mi gente.  

Una tarde en la que me disponía a ejercer la estimulante actividad de la siesta, sucedió algo que aún hoy, al recordarlo, me perturba y a la vez emociona. Después de lo que me sucedió  ese día, la biblioteca pasó a ser un espacio mágico. Cuando entraba en ella, sentía que estaba en un lugar donde no solo se almacenaban y conservaban ordenadamente los libros. También habitaban,  desde siempre, los volúmenes con sus espíritus reflejados en la tinta sobre el fondo de su  alma de papel.

Serian, poco más o menos, las cuatro de la tarde y un dulce sueño me arrebató. Debí quedarme levemente dormido. Lo cierto es, que cuando empezaba a perder mi conciencia, comencé a oír una conversación que al principio me sobresaltó y después me produjo miedo. Pensé en la presencia de algún desconocido. Luego  me invadió la curiosidad. Lo cierto es que me quedé completamente inmóvil, pero muy despierto.

Tenía  los ojos muy cerrados. Sin duda, quien fuera, creía que yo dormía profundamente. Mi sorpresa fue mayúscula cuando a través de sus expresiones pude identificar que quienes hablaban eran  los libros. Si, estaba perfectamente cuerdo y no había tomado ninguna copa. Conversaban los libros entre ellos, pensando que yo no los podía oír. Sin duda, eso debió de ocurrir más veces, en mis sueños de verdad y por eso, ellos, se confiaron.

“No puedo negar que me siento orgulloso de ser uno de los libros más leídos del mundo -decía el Quijote, de Cervantes- y de que me consideren, además, la primera novela moderna. Sabed que tengo compañeros míos en las mejores bibliotecas del mundo, no en vano estoy traducido a casi todos los idiomas conocidos.  Pero yo estoy contento de estar aquí, tenemos que ser agradecidos y reconocer que nos tratan bien. Ya son muchos los años que llevo instalado en éste estante y me siento como un miembro más de la familia. De hecho creo que me han leído casi todos e incluso me han prestado algunas veces, aunque esto no me gusta. Sé que de ese modo soy más útil, pero, qué queréis, no me gusta salir de mi ambiente.”

“La verdad es que a mí me pasa lo mismo. –Le contesta el Decamerón, de Bocaccio- Fui creado hace la friolera de setecientos años y aquí estoy vivito y coleando. Mis viejos colegas están en bibliotecas impresionantes, muy lujosas, dentro de  fabulosos palacios y en muchas naciones del mundo. Sin embargo, me han llegado noticias de que ahora ya, ni los tocan. Les hacen una especie de fotografías que las llaman ediciones digitalizadas. Estas son las que leen y a ellos los ignoran en sus vitrinas, magnificas pero apenas visitadas, salvo por sus cuidadores. Da pena. Es una existencia muy solitaria. A mí me gusta que me toquen. Algunos hasta me acarician y suelo pasar varios días con ellos en las mesillas de sus dormitorios.A veces hasta me han llevado de viaje. Bueno la verdad es que no se porque me sorprendo, no en vano, soy una joya de la literatura erótica. Nada que ver con las novelas de hoy”.

“Yo, sin embargo he tenido una vida reciente muy leída y reconocida. -Habla Castilla, lo castellano y los castellanos, de Delibes- No imagináis como nos han comprado en las librerías, sobre todo, después de la muerte de mi autor, sucedida el año pasado. De qué modo tan magistral ha descrito este hombre la vida rural de Castilla. Mereció el Nobel. Toda su obra y sus lectores (que lo he oído) dicen que se lo merecía ampliamente. Nunca movió un dedo en ese sentido. Era un hombre tan sencillo y humano“

“Lo cierto es que no nos podemos quejar de nuestra vida en esta casa.  -indica Humillados y Ofendidos, de Dostoievski-. Siempre nos tratan  con respeto y dignidad. Se nos valora y nos mantienen en forma. Sin ir más lejos, no visteis con que cariño me arreglaban una de mis tapas desencoladas y media suelta. Estaba a punto de quedarme mutilado, y la verdad, me han hecho una cura de primera, casi profesional.  Así da gusto. No todos pueden decir lo mismo. Muchos de nuestros hermanos andan tirados por los trasteros y los desvanes, deteriorándose gravemente, algunos de forma definitiva. Para eso es mejor no existir. Qué sentido tiene que no nos lean ni sirvamos para que piensen. Por cierto, creo que fue Víctor Hugo el que dijo que los ojos de los hombres se volverían a mirar los rostros, no de aquellos que nos habían gobernado, sino de aquellos que habían pensado.”

“Si, en efecto.-aclaro Las ilusiones perdidas, de Balzac-. Eso lo dijo Víctor Hugo cuando asistió al funeral de mi jefe. Que por cierto, hay que ver la  vida que llevó. Sabéis lo que dicen de él, que ningún sociólogo debería de dejar de leer a este autor. Aprenderían más que en sus textos académicos. Cuando se dedicó a escribir el conjunto que forma la tremenda Comedia Humana, se explayo a gusto, recreando la vida francesa de la época.”

“Sentiros todos orgullosos de vuestros autores -dijo Lelio o sobre la amistad, de Cicerón- Con la perspectiva que tengo desde mis más de dos mil años de antigüedad, os aseguro que este mundo no sería igual sin sus obras. Y no lo digo solo por nosotros, que gozamos de fama y reconocimiento, también por otros muchos.

Algunos  olvidados y otros poco conocidos, pero todos de igual importancia. Hemos de conseguir que el ser humano sea más humano y más hermano de todos sus hermanos. Sintamos orgullo de lo que somos y de nuestra influencia. Pasamos a sus mentes de generación en generación y eso no se puede destruir por mucho que algunos lo pretendan.  Así ha sido y así será a lo largo de los siglos.”

“Vale, no te pongas tan serio -concluyó El proceso, de Kafka- . Aunque tienes razón. Por cierto, a mi me fastidia que me tengan una ignorante manía a la hora de elegir mi lectura. Enseguida dicen que soy difícil de entender y me llaman kafkiano peyorativamente, como si fuera complicado. A ver si se enteran de que las ansiedades humanas nadie las describe como mi autor.” 

De repente, absorto y sorprendido como estaba, escuchando semejante conversación, se hizo un silencio absoluto. Sin duda hice algún ruido o movimiento involuntario, los alarmó. La charla se terminó repentinamente. Ante este hecho, me levante de un salto de la mecedora.

Estaba empapado de sudor y completamente  aturdido. No podía creer lo que  me había sucedido. Me encontraba totalmente consciente y seguro de que no había sido un sueño. Había sucedido. Había estado escuchando con meridiana claridad la conversación de aquellos libros, tan familiares para mí. Durante un instante, que luego me pareció una eternidad, me quede mirando los libros que habían estado manteniendo tan increíble conversación. Alii estaban, como siempre, apoyándose en sus vecinos.

Salí  de la biblioteca. Camine intentando despejarme y asimilar lo que me había pasado. No fue posible. Nunca ha sido posible. Sé que nadie lo creerá, pero  es cierto, los libros tienen vida y en su intimidad hablan Yo los he escuchado.

 
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