U na noche, con aquel carrito que transportaba sus enseres para ir al río, tuvo que cargar con su hermano Roberto puesto que, una grave dolencia le impedía respirar y, su vida, en aquellos instantes, parecía que se le esfumaba.
El niño, posiblemente, falto de alimentos, al menos de los más imprescindibles, enfermó. Una gran fiebre le dejó la carita muy morada y, ante la desesperación de su madre, Sara, no dudó en cargar a su hermanito en el carrito de su trabajo y, correr por todo el barrio en busca de un médico.
Era una noche calmada; apenas circulaba nadie por las calles y, Sara, desesperada, no sabía donde acudir. Un viandante noctámbulo le ayudó para encontrar al médico. En el pueblo no había hospital y, el traslado del niño hacia un centro hospitalario era misión imposible. Encontrar al médico y, éste, con un cariño desmesurado, al ver a la niña con su hermanito, no dudó en prestarle atención al niño que, dándole las medicinas oportunas, a lo largo de la noche, el chiquito mejoró muchísimo.
Roberto, que así se llamaba el niño, se quedó “internado” en casa del doctor. Sara, igualmente, se quedó junto con su hermanito. Al día siguiente, la niña acudió a su casa ante la impavidez de su madre que, posiblemente, ya daba por muerto al niño. Sara le explicó a su madre los avatares que durante la noche tuvo que soportar pero que, al final, todo había merecido la pena puesto que, su hermano, había salvado la vida. En un acto de amor hacia los demás, el doctor que había atendido a Roberto, no dudó en quedárselo en casa hasta que sanara por completo.
Era un niño de cuatro añitos, muy bonito y vivaracho. Varios días de convivencia con el niño, el doctor y su familia le estaban tomando cariño, hasta el punto de que, cuando Sara, a los pocos días, volvió para recogerlo, el doctor y su familia le propusieron quedárselo en “adopción”.
La niñita no entendía lo que el doctor le estaba diciendo; abandonar a su hermano para siempre le parecía un acto sacrílego, aún a sabiendas de que, en casa del médico no le faltaría de nada. Roberto llevaba escrito en la cara su sufrimiento, de ahí que, el doctor querría, en un acto de amor, quedárselo para que dejara de sufrir.
Sara, atemorizada, creyendo que le querían robar al hermanito, rompió a llorar. No encontraba consuelo para su desazón; era, el hermano al que tanto quería y, aquellas personas, le proponían quedárselo para siempre. La niña cerró los ojos y, con gesto derrotado, aceptó que se quedaran con el niño.
Volvió a su casa con lágrimas en los ojos pero, con la satisfacción de saber que, por lo menos, un miembro de su familia dejaría de penar en su existencia. Le quedaba, a la buena de Sara, la ilusión de ir a verle cuantas veces quisiera puesto que, el doctor, jamás impidió que Roberto se sintiera hermano de Sara y que, a su vez, pudieran verse cuantas veces lo desearan. |