E n el papel se encuentran, fácil, casi deportivamente, el Heráclito de ayer con el Umberto Eco de hoy, mi abuela de Berisso con la Fabiola de Tuxtla, una esquina del Madrid de 1973 con esta palmera panameña de 1994. Sin ninguna duda, es distinto el tiempo del reloj que el tiempo del papel en blanco en la mañana del escritor, son otros los juegos que nos depara la pluma, juegos generosos porque, por ejemplo, los textos de Borges no me impiden gozar las genialidades de Maradona ni Marguerite Yourcenar me aparta de las putas del Barrio Chino de Barcelona.
Pasé por todas las escuelas pero no me quedé en ninguna, todas me dejaron algo pero no me detuvieron porque voy en busca de mi mismo, donde conoceré la verdad entera. Me tomo todo el tiempo y me tomo todo el espacio, todo el espacio porque vivo en todo el mundo y todo el tiempo porque dedico las veinticuatro horas del día a mi vivir, es decir a lo que amo, a lo que me hace sentir pleno, sin perder fuerzas en querer convencer y gustar.
Cuando escribo el tiempo es otra cosa, no es el mismo del notario ni el de la policía, es otra cosa, algo más adentro, algo que llega más abajo y que vuela más arriba, algo que recupera, que trae al ahora mismo encuentros anteriores, que concreta citas del futuro con el presente, puentes por donde las palabras van y vienen graciosamente porque no hay distancias insalvables ni prisas porque el tiempo de la literatura es generoso y elástico, como la música (en el escenario también el tiempo es otra cosa, como si dejara en paz al concierto, como si lo liberara de las cadenas que le impone a los bancos y al correo).
En el papel se encuentran, fácil, casi deportivamente, el Heráclito de ayer con el Umberto Eco de hoy, mi abuela de Berisso con la Fabiola de Tuxtla, una esquina del Madrid de 1973 con esta palmera panameña de 1994. Sin ninguna duda, es distinto el tiempo del reloj que el tiempo del papel en blanco en la mañana del escritor, son otros los juegos que nos depara la pluma, juegos generosos porque, por ejemplo, los textos de Borges no me impiden gozar las genialidades de Maradona ni Marguerite Yourcenar me aparta de las putas del Barrio Chino de Barcelona.
Lo desconocido también es parte de nuestra tradición, y esto es excitante y nos obliga a estar atentos y en constante movimiento para estar siempre en el corazón de los acontecimientos para recibir los beneficios de la gracia, para estar orientados cósmicamente, para actuar como se debe en todo momento, para no romper una circunstancia o un paisaje, para que todo nos sorprenda pero nada nos desequilibre, para avanzar sin dejar de ver lo que quedó atrás, para encontrar lo necesario en cualquier parte, para estar maduro sin dejar de crecer, para que la sabiduría no nos distraiga de las pequeñas cosas del momento, para tener más preguntas que respuestas, para que cualquier fruta sea la mejor.
Sea donde sea, amanezco en mi isla, donde las corbatas no atemorizan a los pájaros, sin la responsabilidad de una tradición porque las trajino todas, desde los esenios y los antiguos griegos a los budistas y los impresionistas (no hay escuela que me sea ajena pero ninguna es tan fuerte como para detenerme, como para interrumpirme el camino a mi mismo). En libertad, como debe ser, canto entre los etruscos y Lezama Lima sin permitir que las sombras de la Historia debiliten mis alegrías.
No soy un escritor argentino o sudamericano, soy Cabral, una voz propia que cuenta o refleja o declara al mundo, libre de todo pero viviendo con todos, sólo responsable de mi mismo, con permiso de decir lo que quiera sin el permiso de Sócrates, de Platón, de San Agustín, de Shakespeare, de Schopenhauer o de Sartre, porque no soy un eslabón de la cadena sino parte de toda la cadena pero a partir de mi mismo, de mi propia decisión, que fue tomada por alegría, no por compromiso.
No estoy obligado a ser mejor o a continuar a nadie, como ante nadie debo justificarme (Juan Francisco dice, a sus dos años, que yo soy artista porque canto y que canto para poder comprarle chocolates, que es lo más razonable que escuché sobre mi oficio). Toda mi riqueza es fruto de mi libertad, tanta que me siento un extraterrestre entre tantos ciudadanos sometidos a las cosas más mediocres, a los poderes más groseros.
Soy el buen salvaje en medio del mal llamado progreso, el de las comodidades que tanto incomodan, soy un hijo del fuego, un agitador, el que toca la campana cada vez más temprano en la mañana, el que le bajó la luna a Teresa antes de que subieran a ella los astronautas norteamericanos.
Lo desconocido también es parte de nuestra tradición, y esto es excitante y nos obliga a estar atentos y en constante movimiento para estar siempre en el corazón de los acontecimientos para recibir los beneficios de la gracia, para estar orientados cósmicamente, para actuar como se debe en todo momento, para no romper una circunstancia o un paisaje, para que todo nos sorprenda pero nada nos desequilibre, para avanzar sin dejar de ver lo que quedó atrás, para encontrar lo necesario en cualquier parte, para estar maduro sin dejar de crecer, para que la sabiduría no nos distraiga de las pequeñas cosas del momento, para tener más preguntas que respuestas, para que cualquier fruta sea la mejor. |