S ea donde sea, amanezco en mi isla, donde las corbatas no atemorizan a los pájaros, sin la responsabilidad de una tradición porque las trajino todas, desde los esenios y los antiguos griegos a los budistas y los impresionistas (no hay escuela que me sea ajena pero ninguna es tan fuerte como para detenerme, como para interrumpirme el camino a mí mismo).
En libertad, como debe ser, canto entre los etruscos y Lezama Lima sin permitir que las sombras de la Historia debiliten mis alegrías. No soy un escritor argentino o sudamericano, soy Cabral, una voz propia que cuenta o refleja o declara al mundo, libre de todo pero viviendo con todos, sólo responsable de mí mismo, con permiso de decir lo que quiera sin el permiso de Sócrates, de Platón, de San Agustín, de Shakespeare, de Schopenhauer o de Sartre, porque no soy un eslabón de la cadena sino parte de toda la cadena pero a partir de mí mismo, de mi propia decisión, que fue tomada por alegría, no por compromiso.
No estoy obligado a ser mejor o a continuar a nadie, como ante nadie debo justificarme (Juan Francisco dice, a sus dos años, que yo soy artista porque canto y que canto para poder comprarle chocolates, que es lo más razonable que escuché sobre mi oficio). Toda mi riqueza es fruto de mi libertad, tanta que me siento un extraterrestre entre tantos ciudadanos sometidos a las cosas más mediocres, a los poderes más groseros.
Soy el buen salvaje en medio del mal llamado progreso, el de las comodidades que tanto incomodan, soy un hijo del fuego, un agitador, el que toca la campana cada vez más temprano en la mañana, el que le bajó la luna a Teresa antes de que subieran a ella los astronautas norteamericanos.
(El niño japonés está domando la bicicleta norteamericana en el hall del hotel mexicano y en la tarde del domingo, y en su tarea, que es un juego, como deberían ser todas las tareas, arma y desarma círculos en el vacío que no está tan vacío.
Sus ojos rasgados son la continuación de las ruedas, un espectáculo grato al sol que lo mira y que tal vez lo guía, que ilumina los rayos de las ruedas y le multiplica los cantinas, es decir las posibilidades, o que se acerca para aprender, para mejorar sus gigantescas vueltas a este querido planeta).
El mago le dijo a mi madre: Usted me cae bien, por eso le enseñaré algunos trucos. Y ella le contestó: No quiero saber porque dejaré de asombrarme, prefiero asombrarme a saber! Todos los colores y las formas del mundo se reflejan en este espejo argentino apoyado en la fuente que es el corazón del parque. De vacío en vacío llego al gran vacío que es la noche, vacío suspendido en los sueños, que son adelantos de nuestro destino, que es el que provoca nuevamente la alborada, el día que nos hechiza con la ilusoria materia, por ejemplo este gurú creciendo con el silencio en lo alto del árbol (el gato, que conoce los misterios como nadie, da vueltas a mi alrededor, que doy vueltas alrededor de la magia, excitado por los contactos de Karem con el universo).
Vivo para escribir el heroico poema de la vida (nunca es tarde, aunque Homero esté fuera de la visita y Adán demasiado lejos, porque transitamos la eternidad). Todo mi tiempo está al servicio de la geografía, de la historia, de todas las maneras del arte, de la religión y la filosofía, de la arquitectura y la psicología, de la flora y de la fauna.
Canto, escribo y dibujo, escucho y camino constantemente, sé que no es suficiente escribir poesía, que es necesario vivir poéticamente, sé que debo ser valiente para tener derecho a contar historias heroicas, pero no me interesa la gloria sino la plenitud (aquella vive en el futuro que nunca alcanzaré y está en el presente, que es lo único que me pertenece), a través de todo voy en busca de mí, por eso debo ser secreto o por lo menos silencioso.
Cada vez que escribo recuerdo a Mallarmé, eco de una convicción de Flaubert: El propósito del mundo es convertirse en un libro. Yo estoy seguro de que el protagonista de ese libro único y multitudinario será la magia porque la vida es más mágica que lógica, ¿o no es mágico que dos más dos sean cuatro para siempre en un mundo en constante movimiento?
Por mucho que avancemos con la ciencia y la tecnología, los asuntos esenciales de la vida siguen perteneciendo al campo del misterio, al que parece que sólo la magia puede acercarse, la magia que creó mitologías que terminaron ayudando al mundo racional (Freud es un ejemplo de esto), la magia que confirma que, ante todo, la vida es fantástica, o no es fantástico, por ejemplo, enamorarse de esta mujer y no del resto, ¿o no es fantástico mantener vivo en el corazón a un profeta que caminó por este planeta hace dos mil años y no tener presente al vecino que vive nuestros días y nuestras calles?
El amor es una de las obras maestras de la magia, el amor que le da sentido a lo grande y lo pequeño, el amor que nos confirma en la Tierra, el amor que nos transforma en héroes siguiendo misteriosas órdenes que nos llegan directamente al corazón (no es razonable llevar a cuatrocientos mil esclavos durante cuarenta años en busca de una tierra prometida por un Dios que, ante todo, es misterio). |