L a magia es la que canta a través de mí, y por lo que canto siempre me están esperando en todas partes, por eso soy rico, tanto que habito un palacio de cinco continentes y tengo todo el tiempo que hay. El salvoconducto es el amor, y el secreto me lo dio Jesús, el gran mago, el que caminaba sobre las aguas y curaba con la palabra, el que todavía nos ilumina, el que nos alertó: ¡Cosas más grandes verán, cosas más grandes harán!
Me junto con la gente para pensar y soñar, para comentar al viejo Lao Tsé y a San Agustín, para sentir el abrazo del Sai Baba a miles de kilómetros de él, para leer a los gritos a Whitman ya Blake, para beber vino francés y café turco, para gozar al sol tendidos en la hierba o en la arena, en los grandes hoteles o las pequeñas capillas.
Por la magia supe que yo era mucho más de lo que pensaba, por la magia tuve certeza de que soy parte del Todo, por eso nada me intimida, por eso amo la gloriosa actividad de la diversidad humana, que va de los rituales más antiguos a las computadoras, de las naves espaciales a las flechas, de los caballos al Concorde (lo único que nos separa es la ignorancia, producto del miedo).
Por la magia puedo ver a Dios en una hormiga, a la eternidad en este momento, a la Tierra en esa migaja, al universo en este pan (Hermes Trismegisto tuvo conciencia del infinito, mil trescientos años antes de Jesús, estudiando el dibujo de una hoja caída del árbol).
Tal vez la magia pueda resumir toda la experiencia de la Humanidad en un solo hombre, en un solo acto de este hombre, en un solo libro, es más, en una sola línea. Es mágico pensar que me pueblan patíbulos, poetas, panaderos y piratas.
Ellos, tanto como los doctos, me confirmaron que lo esencial del universo y de todas sus cosas es la vacuidad, y en esa vacuidad señorea la magia que me lleva de la mano hacia el lugar del mundo donde una mujer me espera para que vayamos a buscar y ocupar la casa que nos está esperando en algún lugar del mundo, la magia que a través de la poesía, su hija dilecta, me enseñó que nos vamos diluyendo para confundirnos con las cosas, la magia que nos comunica con todos y con todo, la que junta la filosofía y la poesía en Goethe, la magia de aquel japonés que bailaba, o mejor dicho insinuaba una danza, enterradas sus piernas en la tierra y los brazos volando hacia el sol, como el árbol, y al rato era poblado por los pájaros, la magia de México, país mágico, especie de Egipto contemporáneo, tanto que en Xalapa se levantó un templo alrededor de un hongo gigantesco, tanto que en Oaxaca hay una comunidad que adora al madero, tanto que dos campesinos, Villa y Zapata, concretan la revolución más poética, es decir más mágica de la historia de la Humanidad.
Nacemos para encontrarnos, y la magia es la encargada de los más altos y profundos encuentros, el encuentro con lo que desconocemos, con lo invisible, que es lo esencial según el Principito, es decir Antoine de Saint Exupéry.
Es mágico que nos encontremos, o nos reencontremos, con Karem, una bruja amorosa, una bruja rosada poblada por una lluvia deliciosa y verde que le hace crecer un silencioso sauce al costado del corazón (una antiquísima araña teje su telaraña entre su alma y su espíritu, por eso el entusiasmo no se le agota, por eso puede saltar de alegría frente al loro como cuando escucha un góspel cantado por un negro del Bronx).
Karem sabe que no podemos determinar lo pobre o lo rico que somos porque todo es regalo, el mundo es tan generoso que hasta podemos comunicarnos con las plantas, las estrellas y los muertos a través de la magia, misterioso poder que Dios le da a los que se animan a la verdad entera, como Karem, que se anima a todo porque está enamorada de todo (cuando uno sabe a quién ama es un amante, pero cuando no sabe qué es lo que lo tiene permanentemente enamorado es un religioso).
Karem está despierta, es decir totalmente viva, por eso la entristecen las malas noticias y se alegra con los éxitos de sus compatriotas deportistas, sufre con las telenovelas y se enamora de cualquiera que le regale una rosa, se preocupa por los pájaros enjaulados y por los malos árbitros de los partidos de fútbol, le duele una frase fuerte oída al pasar y quiere compartir con todos los tesoros que nos acerca la magia, por eso se mete en los periódicos, en las radios y en los canales de televisión.
Cree tanto que poco y nada le interesan las pruebas (las pruebas no sirven, decía mi madre, que era una especie de Karem pero entre la nieve, porque cada prueba exige otra prueba y así hasta lo infinito, y lo mismo sucede con la razón).
Karem no ve a Dios pero sí a sus obras, y a través de ellas lo huele y lo toca, y por esa relación se le despierta la magia (perdón, ella la despierta) que la hace tan poderosa y querible en un mundo empobrecido y debilitado por la falta de amor, que exige valentía.
La luz de las velas le confirma a Karem que el poder de la magia está en la oscuridad, desde ahí surgen las infinitas formas de Dios, allí se dibujan las transmutaciones que sucederán, los misteriosos hilos que armonizarán las diferencias, que nos comunicarán con las piedras y las flores para que nos manifiesten lo que debemos conocer para concretar el vuelo a la verdad, libres de las servidumbres de la voluntad para vivenciar, naturalmente, la vida que hay en la supuesta muerte.
Tenemos todo el tiempo que hay y jamás podremos agotar lo inagotable, como ni siquiera Homero pudo agotar la poesía, pero sospecho que si el alto poema que es la vida tiene un final está lejos, en medio de un mar que sólo la magia conoce y que es difícil de encontrar. En este momento sé (no me preguntes por qué) que en el corazón de ese mar hay una isla alrededor de un árbol donde está el cofre que guarda la llave para abrir la puerta que, al final, sólo al final de esta etapa terrenal, encontraremos.
(Te confiaré el secreto: me dan mucho porque doy mucho.)
Hacer las cosas porque sí, porque tenemos ganas, trae goce, liviandad, nos hace sentir libres, como ver la obra de Picasso, que resumió dura, audazmente, la historia del arte, para quedarse con lo esencial, que trabajó con alegría, es decir con libertad.
Alrededor, el descontento desintegra a nuestros hermanos, el descontento que trae la obligación, el compromiso, el tener que hacer las cosas por algo, no por uno, que es lo que importa.
No hay comprensión total si hay control, una vida obediente es una vida de conformidad, y esto es solo una manera confortable de la muerte. La conformidad es miedo al cambio, es decir a la vida, y allí no puede haber libertad, todo hábito destruye a la libertad, hace que la vida sea artificial, insípida, inútil, todo hábito nos impide llegar a la vastedad de la mente, donde podemos crecer sin límites. |