F ue la primera vez que escuché la metáfora.
“Es -me explicó- como la mascarilla de oxígeno en los aviones. Te dicen: antes de ayudar a otro pasajero, cerciórese de tener su propia mascarilla bien puesta. Porque si tú caes inconsciente, todos los que van a tu cargo quedan a la deriva”, añadió.
Una cosa tan elemental me dejó asombrada. La posibilidad de que cuidarme a mi misma pudiera ser una forma de cuidar a los otros me liberó del sentido de culpa por prestarme cierta dosis de atención, y me dio una lección de humildad al posicionarme de cara a mi propia humana fragilidad.
Nuestra compañera Linda Dambrosio En estos tiempos, de otras mascarillas, el primer llamado debe ser al propio cuidado, el de nuestro cuerpo y nuestra alma. Poco podremos hacer por los demás si no estamos en condiciones.
Pero, a continuación, el cuidado a los otros puede ser una estupenda forma de terapia. Ya decía Tolstoi en Karma, un cuento que escribió a partir de cierta historia tradicional hindú: “El que hace sufrir al prójimo se perjudica a sí mismo. El que ayuda a los demás, se ayuda a sí mismo”.
Hacer más llevadero el encierro a los otros puede revertir en nuestro propio bienestar, en varios sentidos. La convivencia se puede volver un asunto muy ingrato si nos encontramos ansiosos, irritables, malhumorados o desaseados. Por otra parte, el clima de sosiego a nuestro alrededor puede no solo liberarnos de presiones, sino también transmitirnos serenidad.
Emprender una actividad, cualquiera que sea, confiere un sentido a nuestra vida, lo cual resulta particularmente importante en este momento de pausa en el que no parece verse muy claro el horizonte. Es el principio en el que se basa la Terapia Ocupacional. Pero, además, saber que se es apto para apoyar a otra persona contribuye a mejorar nuestra autoestima, poniendo en luz lo que tenemos para ofrecer. Nos ayuda a sentirnos más seguros de nosotros mismos, lo que a su vez redunda en la manera en que nos interrelacionamos con los demás y en la confianza que inspiramos.
Apoyar a otros puede ser una auténtica manifestación de amor, y puede hacer de nosotros personas más agradecidas, al volvernos conscientes de lo que tenemos, de que hay personas que están en una situación menos afortunada que la nuestra. También genera un sentimiento de “sociedad”, de unir esfuerzos por una misma causa.
En momentos de ansiedad, dejamos de concentrarnos un rato en nosotros mismos, en nuestros propios síntomas, y ponemos nuestra atención en los demás.
La forma de apoyar dependerá de las necesidades del otro: puede pasar por morderse la lengua para preservar la paz ante un gesto poco grato, hasta por preparar un plato de comida que complazca a otra persona. Las redes ofrecen innumerables vías para poner conocimientos en común, pequeños talleres, mini-charlas, clubes de lectura… todo lo que favorezca ponernos en contacto a partir de nuestros intereses comunes, si podemos hacerlo mientras haya internet.
Y, por cierto, sí: usar mascarilla es una manera de proteger a otros. Según la Organización Mundial de la Salud, solo es necesario usarla si hemos estado en contacto con alguien sospechoso de estar infectado. El asunto es que, al tener un período de incubación largo y permanecer la persona asintomática, no es posible discernir, sin pruebas, quién puede estar infectado y quién no.
Una vez más, traigo a colación un bellísimo poema de María Luisa Mora Alameda, que muchas veces me ha ayudado a centrarme: "Después de la derrota, queda algo/por lo que merece la pena resistir:/la felicidad de los demás, /el brillo de unos ojos nuevos que nos miran/ como si, de nosotros, dependiera el mundo" |