M e encanta la reflexión. Es un ejercicio del alma que me ayuda a vivir. Siempre hemos dicho que los amigos verdaderos se notan en los momentos amargos del amigo querido. En gran medida, es así, tampoco nos vamos a engañar. Uno, por cuestiones de muy adentro, se suele solidarizar con la pena del amigo. A todos nos duele que un amigo pueda sufrir. Cierto y verdad que, en cierto modo, sentir la pena es algo muy sencillo. Quiero decir que no es necesario un gran sacrificio.
La pena es algo que, al palparla, nos embarga, nos oprime el corazón y, en un instante, podemos formar un mar de lágrimas sin haberlo pretendido. Y esto es así. Que nadie lo dude. Usted mismo, en un momento dado, se encuentra en un entierro del que no le importa nada y, al estar mucho rato en semejante trance, le puede embargar la tristeza con toda naturalidad del mundo. La pena es muy contagiosa, esta es una realidad.
Al amigo de verdad quiero verlo al compartir mis alegrías. Me explico. Así, a vuela pluma, alguien podrá pensar que me he vuelto loco. Todo el mundo apostillaría que todos nos alegramos con las alegrías del amigo. Esta es la respuesta natural ante lo que vengo platicando. Pero es mentira. Si uno logra que sus amigos sientan su misma alegría al compartir un evento dichoso, entonces si son amigos verdaderos. Es muy difícil que la gente vibre con tus alegrías. Yo tengo las pruebas. Por mi profesión he palpado todo tipo de sensaciones con las gentes. En mi vida, de forma humilde, se han dado circunstancias alegres, emotivas, las cuales yo entendía que eran motivo de algarabía para muchos amigos y, ante todo, para tantos conocidos.
Pues no. No era así. Recordemos que, en el mundo muere más gente de envidia que de cáncer. Digerir el éxito de un amigo es tarea harto complicada. Por esta razón, como decía, quiero ver a la gente, a mi gente, en mis alegrías. Mis éxitos, a Dios gracias, han sido efímeros, casi insignificantes, siendo así, han sido motivo para que me busque una legión de enemigos. Esos que creías amigos, lo eran porque pensaban que tú siempre serías el mismo que ellos conocieron. No te han perdonado que por tu esfuerzo hayas logrado metas, para ellos, inalcanzables. Hay que ser muy pobre para tener envidia del amigo que ha luchado.
Yo, plagado de defectos, no tengo rubor en atribuirme una gran virtud. La que concierne a la alegría que siento cada vez que un ser querido progresa en tal o cual menester. ¡Y me sale del alma¡ No me subyuga nada material, es cierto, pero, por decir algo, si he visto que un amigo se ha comprado un coche bonito, una casa linda o ha logrado una cuenta corriente importante, me he solidarizado con la alegría del amigo. Los logros de mis amigos han sido los míos; y creo que se me nota en los ojos.
Tener éxito y amigos para disfrutarlo, ello creo que es el legado más importante que puede enarbolar un ser humano. Ahí te quiero ver, compartiendo mis alegrías. Como antes decía, la envidia sigue matando a gran parte de esta humanidad incapaz de luchar por un mundo mejor. A mí me distrajo la vida; y todo lo que la misma comporta. Que nadie se equivoque.
Ejemplos. Esa alumna que gracias a su esfuerzo ha logrado unas notas brillantes, de pronto, sus compañeros empiezan a esquivarla; los que suspendieron, claro. Ese amigo que con su enorme capacidad para el trabajo, de forma honrada se ha comprado un carro muy bonito, todos los que tienen un carro destartalado, pretende devaluar la adquisición del amigo.
Ese hombre que a base de una inteligencia fuera de lo normal, ha logrado el sueño de tener una casita en el campo, todos los que viven en chabolas, le miran con malos ojos. Así, daría mil ejemplos más de lo duro y complicado que puede resultar para muchas gentes, solidarizarse con la alegría del amigo. Pensemos. |